Hola chicos, lo que inició como una joda post fin de semana se transformó en esta historia. Saludos.
Si tuvieras una pistola con una sola bala. ¿A quién le reventarías la cabeza? Imagina tener ese poder, ir con tu arma y descargar plomo a cualquiera que se lo merezca. Puede ser un político corrupto, un delincuente o un dictador. Sin consecuencias para ti y ya está, una escoria menos en el planeta. Esa pregunta me la hice varias veces durante mi vida y siempre llegué a la misma conclusión: Una bala no es suficiente para tanto hijo de puta que pulula por este mundo. Por suerte para mí existen muchas formas de matar, y los tipos para quienes trabajaba lo sabían, por lo que me surtían de todo tipo de artefactos para el arte del asesinato, incluidas balas, muchas balas.
El origen de mi oficio fue sólo cuestión del azar, como todas las cosas buenas y malas de esta vida, la casualidad engendró este destino. Sólo estuve en el lugar y momento preciso para decidir que hacer con mi vida. Para todos los que me conocen soy Zara- Goza, una de las bailarinas de burlesque clandestina más famosa de Europa, a tal extremo que muchos viajaban cientos de kilómetros con el único objetivo de verme bailar mientras me desnudaba dejando mis enormes, redondos y turgentes pechos a la vista de todos. Sin embargo, hay otra parte de mí que sólo unos pocos conocen, mi verdadero trabajo, el que me da completa satisfacción. Zara- Goza es sólo una fachada que permite desenvolverme libre para cumplir mis otras misiones, mi nombre clave es Miranda y soy una asesina profesional.
Quiero dejar en claro una cosa: me manejo por un código moral que por muy extraño que les parezca, sólo me obliga matar a quienes se lo merecen. Jamás asesinaré sin motivo, aunque el dinero sea tentador. Me autodefino como un ángel limpiador de basuras humanas, hago lo que me gusta y recibo dinero por ello. ¿Qué más se puede pedir de la vida?
Durante varios años colaboré con la resistencia. Cuando la dictadura de Franco se instaló en España supe cual sería mi misión. El día que estos cabrones llegaron al poder, mis padres eran aún unos niños. Con el tiempo se convirtieron en opositores, y en una reunión clandestina se conocieron. Se casaron en el año 1951, y al año siguiente nací yo. Por lo que me contaron mis abuelos, mi familia tenía una vida sencilla pero feliz, entre los actos y las reuniones en clandestinidad. Nunca se dieron cuenta que las armas para luchar contra el fascismo debían ser enérgicas, y un fatídico día fueron detenidos y fusilados en nuestra casa del bosque. Yo era apenas un bebé, y por lo que me contaron, fui raptada para ser entregada en adopción a un matrimonio de militares de alto rango. Pasaron tres meses de los que no recuerdo nada y mi abuela, que también era de la resistencia, se empleó como asistenta en la casa del coronel Ordoñez.
Mi abuela era una mujer decidida y metódica, pasó tres meses buscando mi paradero, y otros tres ganándose la confianza de sus patrones, al mismo tiempo que robaba documentos confidenciales y trazaba un plan para recuperarme de mis captores, solo había que encontrar la oportunidad y una noche la suerte estuvo de su lado.
Todos los años, la familia Ordóñez organizaba la fiesta de cumpleaños de la señora de la casa. Durante la celebración, el vino corría a raudales y cuando todos se marcharon, el matrimonio tenía una borrachera de antología. Mi abuela irrumpió en la habitación aprovechando el alcohol y la oscuridad, y sin mayores miramientos los asesinó y escapó del lugar conmigo en brazos para nunca más ser vista en su vida.
Aquella noche nació mi destino. Cuando apenas pude ponerme de pie, mi abuela me enseñó todo acerca de los rifles de precisión. Antes de los seis años podía disparar a más de mil metros de distancia sin fallar. El monte se convirtió en mi escuela y varios maestros pasaron por mi vida. Aprendí artes marciales en el grupo de los trece junto a Stéfano Caravaggio, que años más tarde sería sacerdote. A los 18 años de edad mi abuela me llamó y me dijo muy seria: “Adela, ya eres mayor y sabes defenderte sola. Dominas la espada, los cuchillos; sabes usar explosivos y disparas mejor que cualquiera de nosotros, pero no existe nada más letal que ese enorme par de tetas que tienes. Si sabes usarlas serás la asesina perfecta”.
Sus palabras me marcaron, y me sorprendió saber que su discurso tenía razón. Mis encantos fueron de utilidad para poder infiltrarme en el enemigo, no había mejor aliado para dañar a una dictadura mojigata que mi cuerpo y todo lo que puede evocar en los hombres; y no hay presa más fácil que un soldado caliente por echar un polvo en una época tan restrictiva como la de Francisco Franco.
Mi primer asesinato fue a los 18 años, tres días después de la revelación de mi abuela. Estaba nerviosa, una cosa era ensayar con muñecos y hacer simulacros y otra muy distinta era segar una vida, por muy cabrón que fuera el desgraciado que estuviera en frente. Si quieren que les diga algo, es parecido al sexo, la primera vez cuesta, incluso puede doler algo, pero una vez que lo haces le coges el gusto y sale de forma natural.
Mi primera misión fue hacerme pasar por una prostituta debutante y lograr que el general Campos, uno de los cercanos a Franco, ganara en la subasta por mi virginidad.
Fue fácil, en parte porque casi todos los participantes de la subasta eran palos blancos, lo más difícil fue simular la vergüenza de que mis compañeros de armas me vieran desnuda.
Campos me tomó de la mano, y juntos subimos las escaleras hacia una de las habitaciones, “No temas, prometo que te trataré bien”, esas fueron sus últimas palabras, su supuesta bondad sonaba tan falsa que casi me hacía vomitar.
En la cama, simulé inocencia, pudor, y toda esa mierda que enciende la lascivia de los hombres. Su lengua recorriendo mi cuerpo era como una babosa, algo normal y predecible, considerando lo reprimidos que estaban. Y sus torpes manos manchadas por la sangre de tantos inocentes, apretaban sin delicadeza mis pechos.
Su pene era apenas un gusano duro que se restregaba en mis muslos, el maldito parecía eyaculador precoz, y el muy hipócrita trató de disimular como escondía su cadenita de la virgen y su anillo de bodas.
Sentía su respiración humedecer mi oreja y pensé que sería un buen momento para matarlo. Lo tiré a la cama y lo monté restregando mi pubis aún con las bragas puestas sobre su micropene. Él apenas exclamaba uno que otro gemido, por lo aproveché de tomarle la cara, el cuello, la cabeza hasta que, ¡Crack! Ni siquiera vio venir el instante en que le rompí el cuello con ambas manos. Eso es lo bueno de asesinar a un hombre. Basta con excitarlo un poco y siempre bajará la guardia. Son muy básicos. Una vez que conoces a uno, ya los has visto a todos, basta con saber accionar los botones precisos, que en este caso siempre están en sus penes y el resto del trabajo es pan comido.
Matar es una cosa, cualquiera puede hacerlo, sólo falta la motivación o el detonante adecuado. Puede ser tu pareja en una borrachera, un niño aburrido del abuso en el colegio; tu vecino en una disputa que se salió de control. Todos pueden convertirse de un momento a otro en asesinos. La verdadera gracia amigos míos es asesinar a alguien y no dejar huella. Eso es lo que aprendí aquella noche.
La situación era la siguiente: El general Campos yacía muerto en la cama, con su pene aún erecto y la mirada vacía. Yo, apenas una jovencita de 18 años, 48 kilos de peso y a medio vestir, con las tetas al aire y zapatos de tacón. Ocultar el cuerpo de Campos iba a ser un parto.
Tomé por los costados el cuerpo y lo fui girando como a un tronco, la operación demoraría algo de tiempo, pero era la forma más silenciosa de hacerlo. Recuerdo que cuando golpearon la puerta se me heló la sangre: “¿Os lo estáis pasando en grande?”, La voz era la de Vicente Campos, hermano menor de general. Algo debía hacer, o de lo contrario me descubrirían.
Casi como un acto reflejo me subí a la cama y empecé a moverme hasta arrancarle ruidos rítmicos al mismo tiempo que gemía como si me estuvieran follando dos tipos a la vez.
Esperé que Vicente se alejara de la puerta y sólo una cosa volcaba mis fuerzas, debía hacer desaparecer el cuerpo lo más rápido posible o si no sería historia.
A la mierda el sigilo, arrastré el cuerpo como pude, mientras imitaba algún gemido de placer para evitar sospechas, hasta que llegué a la ventana. De acuerdo al plan debía arrojar el cuerpo a un contenedor instalado en el patio. Para no hacer ruido colocamos un colchón, paja, y litros de combustible para convertir al gordo en un montón de cenizas. Una vez hecho el trabajo, debía escapar y en una casa de seguridad tenía que hacer una llamada al club diciendo la contraseña. Esa era la señal de que el trabajo estaba hecho, y así el resto de los asistentes podían hacer desaparecer a Vicente.
Ya faltaba menos, empujé por la ventana al general Campos y un ruido sordo acompañó su caída al suelo. Me vestí a la rápida, esta vez cogí un pantalón, unas botas militares y una camisa cómoda. Bajé por la ventana y cumplí mi tarea perdiéndome para siempre en los bosques.
Esa fue mi primera misión, gracias a eso, mi fama creció entre los círculos clandestinos, y mis operaciones se extendieron por el mundo. Fui contactada por varios organismos y alternaba mi tiempo entre asesinar a militares fascistas y la caza de criminales de guerra Nazi. Mis manos se convirtieron en ley y el mundo mi patio de juegos…
No crean que esto acaba acá, hay una historia más por contar esta tarde. Una historia que me llena de orgullo y que de revelarse al mundo, habría hecho más humillante el destino de un asesino.
En Octubre de 1975 fui contactada para realizar mi última misión en España. La gente estaba convertida en una furia cuando el mes pasado habían fusilado a tres personas. Alguien debía pagar por ello, por lo que viajé a mi tierra natal. Sabía que se comunicarían conmigo para la tarea, y mis cálculos no fallaron. Dos días después de mí arribo me solicitaron de forma escueta una cosa: “Mata al dictador. El dinero no es problema”, estaban dispuestos a pagar lo que fuera con tal de ver las tripas de Franco esparcidas por el piso y en la primera plana de los periódicos. “Esto lo hago por placer”, aún recuerdo la respuesta que les di, y era verdad, nada sería tan placentero como asesinarlo.
En 1975 tenía 23 años, cientos de asesinatos en el cuerpo y contra cualquier pronóstico, mis tetas aumentaron de tamaño al igual que mi fama como actriz y vedette internacional.
Tony, mi informante me indicó que algunos adherentes de Franco tenían planeada una tertulia para agasajarlo y necesitaban una “jovencita de buena presencia” para tal fin. Por suerte Tony también era mánager de la incipiente farándula local con aires de proxeneta, por lo que usó sus contactos para colarme como sorpresa especial al dictador.
La fiesta empezó temprano y ahí estaban todos los lambiscones del régimen, habría dado el culo con tal de tener explosivos suficientes como para hacerlos volar por los aires, la ocasión lo ameritaba, sin embargo mi tarea esa noche era otra.
Cuando crucé la puerta, todas las miradas se centraron en mí, las mujeres me observaban con envidia y los hombres con deseo. Si las miradas pudieran hacer real sus intenciones, habría quedado embarazada en un segundo.
“Señorita Zara, pase, Don Francisco la está esperando en el segundo piso”, Los modales refinados del coronel López contrastaban con lo sanguinario de sus crímenes. Al muy cabrón lo despache un par de años después en Sudamérica, eso es lo bueno de la vida, tarde o temprano te da una revancha. El que diga que la venganza no es buena es porque nunca la experimentó, o es un cobarde de mierda que no se atreve.
Subí con cuidado mientras miraba atónita la fastuosidad del palacio. Era impresionante el despilfarro que tenían estos idiotas mientras una parte del pueblo se moría de hambre. Lamentablemente hasta el día de hoy veo que en plena democracia que a los gobierno le importa una mierda lo que le pasa al ciudadano común y corriente, mientras la realeza se la pasa cazando animales en peligro de extinción y gastando en cosas vacías otros pagan sus caprichos a base de recortes e impuestos.
No me desviaré más. Estaba yo, una joven actriz internacional lista para ir a la habitación del tirano, caminé hasta una enorme puerta de caoba y golpeé tres veces. “Pase, la estaba esperando”, su voz sonaba como la de un abuelo a punto de contarle una historia para dormir a su nieta.
Abrí la puerta y ahí estaba, de pie junto a la cama y una bata de satín con la insignia de su sangriento legado. Parecía un feto gigante con progeria, y lo peor, al parecer quería follarme.
“Es usted una señorita muy bella”, el gilipollas trataba de adornar con dulzura lo obvio de su cachondez. Lo contemplé mientras tomaba un vaso de agua de la mesa de noche y se metió dos pastillas como si fueran caramelos. “Debemos esperar un poco”, decía con una leve sonrisa.
Pasamos cinco minutos sin hablar, No había mucho en aquel silencio incómodo. Miraba al techo, mientras el dictador me sonreía jovial mientras sus ojos me desnudaban de pies a cabeza. Fue acercándose a mí, al mismo tiempo que un bulto sobresalía a través de la bata. Quién lo diría, el viejo se había enchufado unas pastillas para la erección que recién estaban haciendo efecto.
“Hace mucho que no hago esto, usted es tan bella”, se creía galán el muy gilipollas, su aspecto estaba más para la tumba que para la cama, aún así estaba empeñada en darle una sorpresa que nunca olvidaría.
“Don Francisco, no soy de esas, pero déjeme darle placer con mi boca, por todo lo que ha hecho por el país”. Ojalá hubieran visto la cara de vicioso que puso el viejo, que de inmediato se sentó al borde de la cama y arrojó su bata al piso, mostrando la verga más fea que alguien podía imaginar.
Me arrodillé con cuidado y quedé frente a miembro. Un olor a orines y medicina llenaba todo ese espacio. Apenas contuve las arcadas, una cosa era olerlo, pero otra muy distinta era lo que a continuación haría.
Tomé con mi mano derecha el tronco de su verga y una leve palpitación era palpable, creo que la poca sangre que le quedaba se fue al pene, no me extrañó pensar que le daría un ictus en ese preciso instante. Luego tape mi cara y su miembro con mi pelo para que no viera mi cara de asco mientras lo hacia. Era asqueroso desde todo punto de vista posible, por un lado darle sexo oral a una momia viviente y por otro el hecho de que una luchadora contra la dictadura le esté haciendo ese trabajo al símbolo de la opresión. De verdad era una mierda humillante lo que sucedía en esa habitación.
Sentí su mano acariciar mi cabeza mientras pensaba en cualquier otra cosa. ¿Qué te haz imaginado asqueroso? Me sacó de mi concentración. Eso queridos amigos fue la gota que rebalso el vaso. Mi objetivo era hacerlo acabar para despacharlo al otro mundo con un acto de misericordia, pero no se pudo aguantar, así que precipité el verdadero final.
Los gritos de Franco fueron callados por la música estridente que retumbaba en todo el palacio. Mi mordida fue corta y certera. Siempre pensé que su sangre sería negra, o que en una de esas saldría polvo. Créanme que estaba equivocada. La sangre que manaba del sitio en donde debería estar su pene fluía profusamente hasta formar un charco en la alfombra.
La cara que puso cuando arrojé los despojos de su pene al piso y los aplasté con mis zapatos de tacón no se comparan ni con todos los orgasmos del mundo. Ni siquiera era capaz de reaccionar ante el shock que le provocó mi último trabajo en España. Ahí estaba él, Francisco Franco, uno de los personajes más despiadados de la historia, desnudo, arrodillado, suplicando por su vida, mientras que su verdugo lo miraba con indiferencia. Si fuera por mí, me habría quedado más rato contemplando mi obra, incluso de existir aquellos aparatos modernos que usan ahora los jóvenes, le hubiese tomado fotos y la habría compartido en esa cosa de las redes sociales, pero no era así, estábamos en 1975 y debía arrancar cuanto antes de la escena. Caminé unos pasos y le besé la frente, dejando mis labios ensangrentados marcados en ella. Abrí una ventana y desaparecí para siempre de España.
A los días después la versión oficial dijo que Francisco Franco falleció debido a las complicaciones de un ataque cardíaco. Cuando leí las noticias me descojoné de la risa. Manga de hipócritas, de verdad me causaban gracia.
Para todos los medios de prensa, y los españoles que seguían la noticia, Franco murió por un infarto, sólo unos pocos sabíamos que el hijo de puta murió como lo merecía: Humillado y sin polla.
Tiempo después partí a Chile para luchar contra Pinochet, pero esa es otra historia y yo ya estoy cansada…