Decidió visitar a la bruja y ya no había vuelta atrás. Pese a las advertencias de Lord Jeggins que le pedía que desistiera de su empresa, el joven Ramsay partió con una idea fija en su cabeza. “Son Traicioneras, nunca confíes en ellas, por favor no vayas”, fue lo último que le escuchó decir a Jeggins antes de sumergirse en medio del bosque.
Era joven e imprudente, pero su determinación lo tenía cegado. Luego de varias horas de camino la hojarasca se alzaba imponente ante él ocultando sus peligros. Por un momento se le cruzó la idea de desistir en su empresa, pero había llegado demasiado lejos y había agotado todos los medios que estaban a su alcance para conseguir verla a su lado.
“Sólo un poco de sangre”. Eso fue lo que le escuchó decir a los borrachos de la taberna que se reunían todas las tardes. Ese era el precio que debía pagar para que a cambio, la bruja le concediera cualquier deseo.
Tomó aire tratando de que el aroma a los pinos silvestres lo calmaran y se adentró en la incertidumbre del bosque. En la medida que sus pasos lo conducían cada vez más cerca hacia la casa de la bruja, sus pensamientos se trasladaron a épocas más felices, cuando Anabelle, su joven esposa, aún vivía. “Ojalá pueda verte de nuevo”— se aferraba a los rumores de los borrachos, con la esperanza de que el precio de sangre pueda devolverle la vida a su amada.
Por cada paso que daba, la oscuridad consumía más y más aquel bosque, en el cual, según las leyendas que gente del pueblo contaban desde hace siglos, vivían brujas y horrores aún mayores. Nada de eso le importaba ahora, mientras apretaba contra su pecho el puñal. Ramsay recordaba los momentos vividos con Anabelle. Su risa, lo feliz que era con ella. Pero eso sólo era un recuerdo, Desde que la peste se la llevó una tarde de invierno, ya nada era lo mismo en su vida.
Su corazón casi parecía martillar su pecho cuando unas horas después por fin estaba frente a la puerta de la choza en que la bruja vivía. Una mezcla de miedo y ansiedad recorrió su cuerpo. Apretó más fuerte el puñal, y antes de siquiera llamar, la puerta se abrió de golpe.
—Te estaba esperando Ramsay—, dijo una figura diminuta y retorcida que lo miraba con ojos ladinos—. Se la razón por la que acudes a mi.
— Estoy dispuesto a pagar el precio de sangre—. A estas alturas, la voluntad de Ramsay era mayor que el miedo que lo paralizaba.
—La magia de sangre puede ser muy poderosa, y le da a quien la usa lo que necesita.
— ¡Eso son tonterías!— La desesperación de Ramsay estaba a punto de sobrepasarlo—. ¡Necesito volver a estar con Anabelle!
—Todo a su tiempo—, la bruja le dedicó una mueca que podría ser una sonrisa, y tanteando casi a ciegas la mesa, movió calderos, viejos pergaminos y cráneos de distintos animales, hasta que encontró una caja polvorienta, del que extrajo una daga de oro y empuñadura de rubí, que brillaba a la luz de la hoguera, reflejando sombras que bailaban en la pared como seres informes entregados a una danza demoníaca.
— ¿Quieres volver a ver a Anastasia?— dijo la bruja.
— ¡Si por favor!— Suplicó el joven.
— ¿Estás dispuesto a pagar el precio de sangre?
— ¡Si, pero por lo que más quieras, apúrate!
Ramsay apenas pudo advertir los movimientos felinos que pese a su edad hizo la bruja. Cuando la daga le rebanó el cuello, éste tardó en reaccionar. Borbotones de sangre caían mientras formaban un charco alrededor del joven, el cual, aterrado, yacía en el piso mirando fijamente el rostro siniestro de la bruja.
— Lo siento, te prometí que volverías a encontrarte con tu amada, pero lamentablemente no será de la forma que tú querías. Ahora relájate, que el precio ya se ha pagado.
Todo alrededor de Ramsay se volvía tenue, las sombras que bailaban en la pared le parecieron que crecían y que se acercaban amenazantes para engullirlo.
Antes de que todo se volviera oscuro, sólo una frase llegaba a la mente de Ramsay, retumbando de forma implacable. “sólo un poco de sangre, sólo un poco”…
La oscuridad fue desapareciendo. Ramsay estaba muerto, de eso no cabía la menor duda. La imagen de la bruja rebanando su cuello se repetía en su mente como un mal sueño. Ahora yacía tumbado en el piso mientras un charco de su propia sangre empapaba su ropa.
No entendía como su alma estaba aún en su cuerpo. ¿Acaso era otro juego macabro de la bruja? ¿Qué tormentos le tenía preparado aquella vieja decrépita?
No podía moverse. Su cuerpo sólo era un recipiente roto que albergaba el último despojo de su conciencia.
Su mirada trataba de buscar a la bruja; pero el ángulo en el que su cabeza quedó sólo le permitía ver una silueta reflejada en la sucia pared de la choza. No lograba adivinar los movimientos de su verdugo. Las sombras apenas le daban una idea de lo que podía estar ocurriendo dentro de la cabaña. Ramsay especulaba acerca de su destino, impotente por no poder moverse y terminar de una vez por todas con su sufrimiento.
Se una rendija apareció un pequeño ratón, que con curiosidad se aproximó a la mano del joven. El contacto con su piel le producía un leve cosquilleo, pese al asco que le causaban los roedores.
Un dolor agudo se apoderó de sus dedos, Ramsay vio con desesperación como el dedo era comido por la rata. Dolía como el infierno. De haber podido Habría gritado, ¿Cómo era posible sentir dolor incluso después de haber muerto?
Su cerebro intentaba sin resultado gobernar su extremidad; pero la frustración de ese vano esfuerzo solo le provocaba ganas de llorar.
En un descuido la bruja dejó caer una copa, que para alivio del joven, el ruido al caer espantó a la rata, que desapareció dejando el dedo de este con el hueso desnudo. Aquella imagen empeoró todo. Ramsay, presa del “shock” imaginó todos los escenarios posibles para su cuerpo y comprendió que lo que acababa de experimentar era sólo el comienzo de lo que iba a padecer hasta convertirse en polvo..
Sus ojos buscaban desesperadamente a la bruja. La sombra difusa de la pared se fue condensando hasta formar aquella figura diminuta y retorcida de la hechicera. Sin comprender aún lo que haría la anciana, que se aproximaba con lo que parecía una esponja y un trozo de tiza, con la que empezó a dibujar extraños símbolos por todo el piso.
Cuando niño, Ramsay había escuchado hablar de los oscuros rituales que las brujas hacían en el bosque y de los sangrientos métodos que ellas usaban para contactar a los señores del infierno. Esta vez no eran historias que le contaban para no dormir, el terror y el miedo era tan real como el hecho de que ahora estaba muerto y que el era la ofrenda del ritual satánico.
La bruja se detuvo. Limpió la tiza de sus manos, y dirigiéndose a donde estaba el cuerpo de Ramsay, tomó la esponja, y extasiada, absorbió parte de la sangre del joven, que observaba aterrado la macabra escena.
La esponja goteaba trazando el camino hacia el horror y parte de ella le manchaba las manos a la bruja, que parecía disfrutar su obra, al extremo que saboreaba algunas gotas que caían a intervalos.
Ramsay seguía todos los movimientos de su asesina con total atención. Su entendimiento no podía captar la magnitud de lo que ocurría a su alrededor. La sangre, ahora fría a causa de las horas transcurridas, le causaba la sensación de flotar a la deriva; pero esta situación era por mucho, más terrible que la de cualquier naufragio.
La bruja encendió las velas que rodeaban los signos dibujados en el suelo, las llamas se elevaron a una altura inusual, que solo podían encontrar explicación en las artes oscuras.
La anciana arrojó la esponja ensangrentada hacia el fuego, levantando una nube rojiza que se condensaba en el techo. Ramsay sintió que su cuerpo también ardía, como si sus entrañas estuvieran incendiándose en el mismo infierno.
La mezcla de miedo y dolor solo empeoraban las cosas. El joven era incapaz de encontrar consuelo a su sufrimiento.
Por más que lo deseaba, quería cerrar los ojos, pero le era imposible. La angustia se fue apoderando de todo su ser cuando vio a la bruja aproximarse con una daga dorada, la misma que le quitó la vida unas horas atrás.
Sintió el frío del metal deslizarse por su tórax. El dolor le recorrió todo el pecho, aunque no eran nada comparado con lo que vendría a continuación.
La bruja se arrodilló frente a Ramsay, y con sus manos tomo la piel del joven a la altura de la incisión y empezó a desollar su pecho.
En otra situación esto habría hecho perder el conocimiento a cualquiera, pero el estado actual en el que se encontraba Ramsay lo hacía experimentar todo en su máximo esplendor. Si había algo peor que la muerte. Mejor dicho, peor que el infierno, él lo estaba viviendo y no sabía cuando terminaría.
La bruja siguió desgarrando su pecho, pronto sus costillas estaban abiertas de par en par. Metió su mano en el pecho y con fuerza, arrancó el corazón de Ramsay —Destrúyeme por favor—, suplicaba para si el joven que había perdido todo rastro de cordura.
La anciana miraba extasiada su obra. Presa de una emoción maligna que crecía aún más, al mismo ritmo que el charco de sangre mojaba todo el piso.
La mirada de Ramsay seguía los pasos de la vieja, que aún sostenía su corazón goteante. «Y pensar que en el pueblo todos decían que tenía un gran corazón». Se sorprendió bromear en una situación de tal naturaleza. Reir era lo único que lo mantenía alejado de la locura. «Comerá mi cuerpo y todo habrá acabado», pese a lo cruel de la idea, acabar con su tormento lo más rápido posible era la única idea que albergaba el joven en su cabeza.
Pronto toda posibilidad de escape se fue difuminando de su mente. Algo estaba mal. Vio a la hechicera aproximarse al círculo y depositar su corazón en el centro. Una atmósfera con olor a muerte inundó toda la estancia, y las llamas de las velas se tornaron negras como las intenciones de la bruja.
Un chillido que no pertenecía a ningún animal conocido resonó por toda la cabaña.
La desesperación fue llenando el alma de Ramsay. Todo lo que había visto en su corta vida era superado por aquella visión demoniaca. Su corazón estaba flotando en el aire y todo el vapor rojizo fue condensándose alrededor del ógano que ahora palpitaba, formando una figura antropomorfa sacada de las pesadillas y demonios internos de la especie humana.
La bruja observaba su creación con los ojos casi fuera de sus órbitas, esbozando una sonrisa desencajaba. Ramsay, en lo profundo de su ser agradecía estar muerto. Pese a todo el dolor experimentado estaba consciente de que de estar vivo, correría mayor peligro en aquella choza.
El joven imaginaba todas sus opciones. Una vez acabado el ritual, su cuerpo sería desechado por completo. Confiaba en que la naturaleza hiciera el trabajo sucio para descomponerlo. ¿Qué importa unos cuantos gusanos destruyendo su carne? Había experimentado hace poco los dolores más horribles que nunca antes experimentó. Incluso esperaba con ansias a los gusanos para que destruyeran su cuerpo, como si fueran unos ángeles liberadores de su sufrimiento. El dolor adicional con tal de liberarse era un precio que estaba gustoso a pagar. Era lo que merecía por coquetear con la magia negra.
Pronto su cuerpo sería abandonado en el bosque y desaparecería hasta reducirse en polvo. Podrían ser meses; pero alcanzaría el tan anhelado descanso.
Poco a poco el joven se fue calmando, todo su cuerpo dolía, pero creía que todo terminaría pronto «ya acabó, ya no te necesitan».
La figura espectral lo tomó en sus brazos, Ramsay parecía una muñeca de trapo que se tambaleaba por toda la sala. Apenas era la cáscara vacía de un ser humano que se aferraba a la ilusión de poder encontrar el ansiado descanso eterno.
El demonio se detuvo, Ramsay trató de adivinar donde estaba y sintió que lo arrojaban a una ánfora repleta de líquido nauseabundo.
Toda idea de poder ser libre se esfumó cuando por fin comprendió la naturaleza del líquido. «Formol… No puede ser. ¿Por qué a mí?».
No hubo descanso eterno para Ramsay. El formol impidió su descomposición mientras le causaba un ardor constante en la piel.
Desde su fatídico encuentro con la bruja ya han pasado 7 años flotando en aquel estanque de cristal. Durante ese tiempo vio pasar a decenas de incautos, que al igual que él acudieron a la bruja, corriendo la misma suerte. Engañados y asesinados por aquella vieja maligna.
Esa sería la maldición del joven, ser testigo inmutable de los asesinatos, sin poder ayudarlos y presenciando como compartían su mismo destino. Aunque si algo hay que agregar, ellos fueron más afortunados. Sus cuerpos fueron reducidos a cenizas y pudieron recibir el tan ansiado descanso eterno.