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Un poco de sangre.

Bruja

Decidió visitar a la bruja y ya no había vuelta atrás. Pese a las advertencias de Lord Jeggins que le pedía que desistiera de su empresa, el joven Ramsay partió con una idea fija en su cabeza. “Son Traicioneras, nunca confíes en ellas, por favor no vayas”, fue lo último que le escuchó decir a Jeggins antes de sumergirse en medio del bosque.

Era joven e imprudente, pero su determinación lo tenía cegado. Luego de varias horas de camino la hojarasca se alzaba imponente ante él ocultando sus peligros. Por un momento se le cruzó la idea de desistir en su empresa, pero había llegado demasiado lejos y había agotado todos los medios que estaban a su alcance para conseguir verla a su lado.

“Sólo un poco de sangre”. Eso fue lo que le escuchó decir a los borrachos de la taberna que se reunían todas las tardes. Ese era el precio que debía pagar para que a cambio, la bruja le concediera cualquier deseo.

Tomó aire tratando de que el aroma a los pinos silvestres lo calmaran y se adentró en la incertidumbre del bosque. En la medida que sus pasos lo conducían cada vez más cerca hacia la casa de la bruja, sus pensamientos se trasladaron a épocas más felices, cuando Anabelle, su joven esposa, aún vivía. “Ojalá pueda verte de nuevo”— se aferraba a los rumores de los borrachos, con la esperanza de que el precio de sangre pueda devolverle la vida a su amada.

Por cada paso que daba, la oscuridad consumía más y más aquel bosque, en el cual, según las leyendas que gente del pueblo contaban desde hace siglos, vivían brujas y horrores aún mayores. Nada de eso le importaba ahora, mientras apretaba contra su pecho el puñal. Ramsay recordaba los momentos vividos con Anabelle. Su risa, lo feliz que era con ella. Pero eso sólo era un recuerdo, Desde que la peste se la llevó una tarde de invierno, ya nada era lo mismo en su vida.

Su corazón casi parecía martillar su pecho cuando unas horas después por fin estaba frente a la puerta de la choza en que la bruja vivía. Una mezcla de miedo y ansiedad recorrió su cuerpo. Apretó más fuerte el puñal, y antes de siquiera llamar, la puerta se abrió de golpe.

—Te estaba esperando Ramsay—, dijo una figura diminuta y retorcida que lo miraba con ojos ladinos—. Se la razón por la que acudes a mi.

— Estoy dispuesto a pagar el precio de sangre—. A estas alturas, la voluntad de Ramsay era mayor que el miedo que lo paralizaba.

—La magia de sangre puede ser muy poderosa, y le da a quien la usa lo que necesita.

— ¡Eso son tonterías!— La desesperación de Ramsay estaba a punto de sobrepasarlo—. ¡Necesito volver a estar con Anabelle!

—Todo a su tiempo—, la bruja le dedicó una mueca que podría ser una sonrisa, y tanteando casi a ciegas la mesa, movió calderos, viejos pergaminos y cráneos de distintos animales, hasta que encontró una caja polvorienta, del que extrajo una daga de oro y empuñadura de rubí, que brillaba a la luz de la hoguera, reflejando sombras que bailaban en la pared como seres informes entregados a una danza demoníaca.

— ¿Quieres volver a ver a Anastasia?— dijo la bruja.

— ¡Si por favor!— Suplicó el joven.

— ¿Estás dispuesto a pagar el precio de sangre?

— ¡Si, pero por lo que más quieras, apúrate!

Ramsay apenas pudo advertir los movimientos felinos que pese a su edad hizo la bruja. Cuando la daga le rebanó el cuello, éste tardó en reaccionar. Borbotones de sangre caían mientras formaban un charco alrededor del joven, el cual, aterrado, yacía en el piso mirando fijamente el rostro siniestro de la bruja.

— Lo siento, te prometí que volverías a encontrarte con tu amada, pero lamentablemente no será de la forma que tú querías. Ahora relájate, que el precio ya se ha pagado.

Todo alrededor de Ramsay se volvía tenue, las sombras que bailaban en la pared le parecieron que crecían y que se acercaban amenazantes para engullirlo.

Antes de que todo se volviera oscuro, sólo una frase llegaba a la mente de Ramsay, retumbando de forma implacable. “sólo un poco de sangre, sólo un poco”…

La oscuridad fue desapareciendo. Ramsay estaba muerto, de eso no cabía la menor duda. La imagen de la bruja rebanando su cuello se repetía en su mente como un mal sueño. Ahora yacía tumbado en el piso mientras un charco de su propia sangre empapaba su ropa.

No entendía como su alma estaba aún en su cuerpo. ¿Acaso era otro juego macabro de la bruja? ¿Qué tormentos le tenía preparado aquella vieja decrépita?

No podía moverse. Su cuerpo sólo era un recipiente roto que albergaba el último despojo de su conciencia.

Su mirada trataba de buscar a la bruja; pero el ángulo en el que su cabeza quedó sólo le permitía ver una silueta reflejada en la sucia pared de la choza. No lograba adivinar los movimientos de su verdugo. Las sombras apenas le daban una idea de lo que podía estar ocurriendo dentro de la cabaña. Ramsay especulaba acerca de su destino, impotente por no poder moverse y terminar de una vez por todas con su sufrimiento.

Se una rendija apareció un pequeño ratón, que con curiosidad se aproximó a la mano del joven. El contacto con su piel le producía un leve cosquilleo, pese al asco que le causaban los roedores.

Un dolor agudo se apoderó de sus dedos, Ramsay vio con desesperación como el dedo era comido por la rata. Dolía como el infierno. De haber podido Habría gritado, ¿Cómo era posible sentir dolor incluso después de haber muerto?

Su cerebro intentaba sin resultado gobernar su extremidad; pero la frustración de ese vano esfuerzo solo le provocaba ganas de llorar.

En un descuido la bruja dejó caer una copa, que para alivio del joven, el ruido al caer espantó a la rata, que desapareció dejando el dedo de este con el hueso desnudo. Aquella imagen empeoró todo. Ramsay, presa del “shock” imaginó todos los escenarios posibles para su cuerpo y comprendió que lo que acababa de experimentar era sólo el comienzo de lo que iba a padecer hasta convertirse en polvo..

Sus ojos buscaban desesperadamente a la bruja. La sombra difusa de la pared se fue condensando hasta formar aquella figura diminuta y retorcida de la hechicera. Sin comprender aún lo que haría la anciana, que se aproximaba con lo que parecía una esponja y un trozo de tiza, con la que empezó a dibujar extraños símbolos por todo el piso.

Cuando niño, Ramsay había escuchado hablar de los oscuros rituales que las brujas hacían en el bosque y de los sangrientos métodos que ellas usaban para contactar a los señores del infierno. Esta vez no eran historias que le contaban para no dormir, el terror y el miedo era tan real como el hecho de que ahora estaba muerto y que el era la ofrenda del ritual satánico.

La bruja se detuvo. Limpió la tiza de sus manos, y dirigiéndose a donde estaba el cuerpo de Ramsay, tomó la esponja, y extasiada, absorbió parte de la sangre del joven, que observaba aterrado la macabra escena.

La esponja goteaba trazando el camino hacia el horror y parte de ella le manchaba las manos a la bruja, que parecía disfrutar su obra, al extremo que saboreaba algunas gotas que caían a intervalos.

Ramsay seguía todos los movimientos de su asesina con total atención. Su entendimiento no podía captar la magnitud de lo que ocurría a su alrededor. La sangre, ahora fría a causa de las horas transcurridas, le causaba la sensación de flotar a la deriva; pero esta situación era por mucho, más terrible que la de cualquier naufragio.

La bruja encendió las velas que rodeaban los signos dibujados en el suelo, las llamas se elevaron a una altura inusual, que solo podían encontrar explicación en las artes oscuras.

La anciana arrojó la esponja ensangrentada hacia el fuego, levantando una nube rojiza que se condensaba en el techo. Ramsay sintió que su cuerpo también ardía, como si sus entrañas estuvieran incendiándose en el mismo infierno.

La mezcla de miedo y dolor solo empeoraban las cosas. El joven era incapaz de encontrar consuelo a su sufrimiento.

Por más que lo deseaba, quería cerrar los ojos, pero le era imposible. La angustia se fue apoderando de todo su ser cuando vio a la bruja aproximarse con una daga dorada, la misma que le quitó la vida unas horas atrás.

Sintió el frío del metal deslizarse por su tórax. El dolor le recorrió todo el pecho, aunque no eran nada comparado con lo que vendría a continuación.

La bruja se arrodilló frente a Ramsay, y con sus manos tomo la piel del joven a la altura de la incisión y empezó a desollar su pecho.

En otra situación esto habría hecho perder el conocimiento a cualquiera, pero el estado actual en el que se encontraba Ramsay lo hacía experimentar todo en su máximo esplendor. Si había algo peor que la muerte. Mejor dicho, peor que el infierno, él lo estaba viviendo y no sabía cuando terminaría.

La bruja siguió desgarrando su pecho, pronto sus costillas estaban abiertas de par en par. Metió su mano en el pecho y con fuerza, arrancó el corazón de Ramsay —Destrúyeme por favor—, suplicaba para si el joven que había perdido todo rastro de cordura.

La anciana miraba extasiada su obra. Presa de una emoción maligna que crecía aún más, al mismo ritmo que el charco de sangre mojaba todo el piso.

La mirada de Ramsay seguía los pasos de la vieja, que aún sostenía su corazón goteante. «Y pensar que en el pueblo todos decían que tenía un gran corazón». Se sorprendió bromear en una situación de tal naturaleza. Reir era lo único que lo mantenía alejado de la locura. «Comerá mi cuerpo y todo habrá acabado», pese a lo cruel de la idea, acabar con su tormento lo más rápido posible era la única idea que albergaba el joven en su cabeza.

Pronto toda posibilidad de escape se fue difuminando de su mente. Algo estaba mal. Vio a la hechicera aproximarse al círculo y depositar su corazón en el centro. Una atmósfera con olor a muerte inundó toda la estancia, y las llamas de las velas se tornaron negras como las intenciones de la bruja.

Un chillido que no pertenecía a ningún animal conocido resonó por toda la cabaña.

La desesperación fue llenando el alma de Ramsay. Todo lo que había visto en su corta vida era  superado por aquella visión demoniaca. Su corazón estaba flotando en el aire y todo el vapor rojizo fue condensándose alrededor del ógano que ahora palpitaba, formando una figura antropomorfa sacada de las pesadillas y demonios internos de la especie humana.

La bruja observaba su creación con los ojos casi fuera de sus órbitas, esbozando una sonrisa desencajaba. Ramsay, en lo profundo de su ser agradecía estar muerto. Pese a todo el dolor experimentado estaba consciente de que de estar vivo, correría mayor peligro en aquella choza.

El joven imaginaba todas sus opciones. Una vez acabado el ritual, su cuerpo sería desechado por completo. Confiaba en que la naturaleza hiciera el trabajo sucio para descomponerlo. ¿Qué importa unos cuantos gusanos destruyendo su carne? Había experimentado hace poco los dolores más horribles que nunca antes experimentó. Incluso esperaba con ansias a los gusanos para que destruyeran su cuerpo, como si fueran unos ángeles liberadores de su sufrimiento. El dolor adicional con tal de liberarse era un precio que estaba gustoso a pagar. Era lo que merecía por coquetear con la magia negra.

Pronto su cuerpo sería abandonado en el bosque y desaparecería hasta reducirse en polvo. Podrían ser meses; pero alcanzaría el tan anhelado descanso.

Poco a poco el joven se fue calmando, todo su cuerpo dolía, pero creía que todo terminaría pronto «ya acabó, ya no te necesitan».

La figura espectral lo tomó en sus brazos, Ramsay parecía una muñeca de trapo que se tambaleaba por toda la sala. Apenas era la cáscara vacía de un ser humano que se aferraba a la ilusión de poder encontrar el ansiado descanso eterno.

El demonio se detuvo, Ramsay trató de adivinar donde estaba y sintió que lo arrojaban a una ánfora repleta de líquido nauseabundo.

Toda idea de poder ser libre se esfumó cuando por fin comprendió la naturaleza del líquido. «Formol… No puede ser. ¿Por qué a mí?».

No hubo descanso eterno para Ramsay. El formol impidió su descomposición mientras le causaba un ardor constante en la piel.

Desde su fatídico encuentro con la bruja ya han pasado 7 años flotando en aquel estanque de cristal. Durante ese tiempo vio pasar a decenas de incautos, que al igual que él acudieron a la bruja, corriendo la misma suerte. Engañados y asesinados por aquella vieja maligna.

Esa sería la maldición del joven, ser testigo inmutable de los asesinatos, sin poder ayudarlos y presenciando como compartían su mismo destino. Aunque si algo hay que agregar, ellos fueron más afortunados. Sus cuerpos fueron reducidos a cenizas y pudieron recibir el tan ansiado descanso eterno.

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Operación “última esperanza”.

Hola chicos, ha pasado un montón de tiempo sin subir algo. Resulta que el último relato en el que estoy trabajando es más largo que la cancha de fútbol de los “súper campeones”.

Por mientras les dejo un relato que escribí hace poco y tiene tintes de ciencia ficción. Corresponde a la primera parte de algo más grande. Así que por favor no lo malinterpreten, por algo es el nombre de los personajes.

Saludos.


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Año 2346, en algún lugar de Europa.

Nadie lo vio venir, o mejor dicho, nadie le hizo caso a la situación. En el siglo 21 se instaló una dictadura sionista en complicidad con el gobierno de los Estados Unidos que abarcó en un par de años a todo el mundo.

Los nexos económicos y la política internacional de la Casa Blanca, fueron el caldo de cultivo de lo que se conoció como la “Tercera guerra mundial”.

Mediante un sistema oculto de comunicación, en varias naciones del orbe se crearon focos de resistencia. Hasta la fecha muchos han caído, pero no hay vuelta atrás. En un intento desesperado, la unidad científica de la resistencia ha volcado sus últimos esfuerzos, y también los escasos recursos que disponen, para desarrollar la misión “última esperanza”.

— Profesor, los condensadores de energía están al 90%. ¿Continuo con el protocolo?

— Si Edward, continua— el semblante del profesor era imperturbable, pero su voz denotaba cierto nerviosismo— Sinclair ¿Cómo va la matriz?

— Funcionando correctamente, si estos cabrones no hubiesen abolido en Nobel en el 2025 apuesto lo que sea que lo habríamos ganado con esta preciosura.

— Aún estamos en el inicio del plan— la voz del profesor interrumpió la sensación de alegría—, si algo falla, la humanidad nunca será libre.

— Hemos trabajado muy duro para rendirnos ahora— dijo Edward con vehemencia— piensen en Sasha, en Dimitri y en Hideko, todos ellos muertos por la causa.

— Sus muertes no serán en vano— dijo el profesor—, les prometo que haremos grandes cosas por la libertad de nuestro pueblo.

— Si fracasamos nos borrarán del mapa al igual como hicieron con Palestina en el 2067— dijo Sinclair sin ocultar su miedo.

— Caballeros, recuerden que no le tememos a la muerte, y si caemos en el intento no debemos arrepentirnos de nada.

— Profesor ¿Está seguro que los planos son de fiar?

— ¿Por qué las dudas ahora Sinclair?— la voz del profesor no era de reproche.

— Es que me parece que creímos ciegamente en ellos. Además la fuente no era confiable, para que hablar de la forma en que los encontramos…

En eso Sinclair tenía razón. Años atrás, durante una misión de reconocimiento en las ruinas de lo que una vez fue un barrio de Londres, apareció un baúl que decía “Raymond Mens”, un joven científico del siglo XIX, que había desaparecido en misteriosas cirscunstancias.

— Caballeros— Dijo el profesor con firmeza—, ustedes sabían de antemano el objetivo de mis investigaciones, y por eso fueron seleccionados para esta misión secreta, sus capacidades van más allá del común humano y si logramos el éxito, nuestras contribuciones a la humanidad no tendrán límites. Comparé los datos del diario de Mens con mi propia investigación, y les aseguro que él era un joven de inteligencia similar o mayor que el propio Tesla. En sus anotaciones estaba la ecuación que busqué durante años. De algo estoy seguro, y eso es que por fin hemos encontrado un mecanismo para viajar en el tiempo.

— ¿Y entonces qué?

— ¿Y entonces qué Sinclair?— un aire solemne envolvía al profesor— Uno de nosotros viajará al momento exacto en que todo empezó, en un punto del siglo XX y cambiaremos la situación geopolítica del mundo. Tenemos una sola oportunidad y debemos aprovecharla como sea. ¡En marcha!

Cada uno de los científicos cumplió con su labor de manera sincronizada. La operación no admitía errores y ellos lo sabían a la perfección. Parecían una orquesta que vienen tocando juntos por años.

— ¿Estabilidad de la matriz?

— Operativa al 98%, necesitamos sólo un poco de energía.

— Perfecto. Mantenga de acuerdo al plan. Edward ¿Cómo van los condensadores de energía?

— Subieron a 97%, creo que podremos contar con la energía durante el proceso, la nueva aleación funciona a la perfección para los requerimientos de la máquina del tiempo.

— ¿Alguien ha visto el nivel de calor?

— Treinta grados centígrados circulando por el armazón, el exceso de temperatura se a disipado de a cuerdo a lo previsto. Si surge algún problema podemos llegar a los trescientos sin correr peligro… Aunque espero que no lleguemos a esa temperatura.

Una voz metálica empezó con las indicaciones, era la computadora central de procesos.

— “Iniciando activación de la interfaz: 50%”.

— Prepárense para iniciar la secuencia de acoplado.

— ¡Si profesor!

— “Activación de interfaz: 65%”.

— ¡Sinclair!, ¡Edward! Contacten con el alto mando para que vean el espectáculo. Si tenemos suerte, y ojalá así sea maldición, hoy será el día en que acabemos con la dictadura.

— Descuide profesor, hemos programado nuestros sistemas de comunicación para que cuando la interfaz llegue al 80% se contacte de inmediato con el alto mando.

— “Activación de interfaz: 76%”.

— Preparen sus trajes, dentro de poco entraremos en el portal temporal. Espero que hayan estudiado las costumbres de la época.

— “Activación de interfaz: 80%”.

Una luz azul envolvió la máquina del tiempo y un espejo de energía se desplegó dentro del arco que serviría como portal. Los tres científicos sabían el fenómeno que estaba ocurriendo, pero las teorías en papel y las simulaciones por computadora no le hacían el peso a la realidad. Pese a que la misión debía realizarse con velocidad, no pudieron evitar contemplar boquiabiertos el espectáculo luminiscente que tenían frente a sus ojos.

— Esto… Es maravilloso— Sinclair apenas podía articular palabra alguna.

— Caballeros— Exclamó el profesor con aire solemne—, me complace informarles que la misión “última esperanza” ha sido un éxito. ¡Podremos viajar en el tiempo!

No existen palabras para describir la alegría del grupo de investigadores. Sinclair bailaba una danza propia de su región, Edward tiraba papeles al aire como si fueran confeti. Eran años de esfuerzos que por fin daban frutos, el trabajo de sus vidas había concluido con el único objetivo de salvar al mundo.

— “Activación de interfaz: 95%, desplegar equipo de salto espacio temporal”.

— Es ahora o nunca. ¡Pronto!, activen sus trajes.

Edward y Sinclair hicieron caso de las instrucciones del profesor. Los tres pulsaron el botón adosado al costado de su traje. Una sensación de realidad aumentada los envolvió por completo.

— Siento que vomitaré— Sinclair trataba de buscar un punto de apoyo para no desfallecer.

— De acuerdo a nuestros cálculos, una vez que atravesemos el portal, experimentaremos un descenso en nuestra capacidad de respuesta, este traje ayudará a mitigar el efecto.

— “Error en la interfaz, sobrecarga inminente. Abortar misión”.

— ¡Mierda! Que caraj…

Edward no pudo terminar su frase. Una explosión lo arrojó varios metros hacia atrás, golpeando la pared y haciendo que se levantara con dificultad.

— ¡Profesor!— dijo Sinclair desesperado— ¿Que hacemos?

— Debemos continuar a como de lugar. Muchas vidas dependen de nuestro trabajo, no debemos rendirnos, debemos arreglarlo. Edward, ¿puedes ver la matriz de energía?

— Si profesor— dijo Edward mientras cojeaba hacia el visor de la matriz—, apenas tenemos el 43% de la energía necesaria para los tres. No podremos viajar.

— A menos que viaje sólo uno de nosotros.

— ¿Está realmente seguro profesor?— dijo Sinclair sin ningún tipo de optimismo en su voz— Usted sabe lo que pasaría. De acuerdo a la teoría de Bleeder y Stein, si un viajero vieja con una sobrecarga de energía, sus funciones mentales podrían verse alteradas derivando en algún grado de demencia. 43% de energía es poco para que viajemos 2 de nosotros siquiera, pero es un exceso de energía para un viajero. Usted podría convertirse en un peligro para la misión y para si mismo.

— Chicos— dijo el profesor—, han sido de gran ayuda a este proyecto. Ambos son jóvenes, tienen hijos y esposas que los esperan en los campamentos subterráneos de la resistencia. No podría dejar que algunos de ustedes se sacrifiquen en una misión suicida. Sé que se han entrenado duro para ello, pero mi conciencia me impediría  dejarlos arriesgar tanto. Las nuevas generaciones los necesitan, aún les quedan muchos años de nuevos descubrimientos. Les dejo en sus manos el futuro. Yo viajaré sin importar las consecuencias.

— Señor…

— Ya está decidido— dijo el profesor mientras se afirmaba de la baranda del portal que ahora emitía una luz pálida—, pronto nos veremos en un mundo libre.

Ambos ayudantes no pudieron contener la pena de ver partir a su mentor, colega y amigo. De un salto, el profesor cayó en la inmensidad del portal de energía y sus ayudantes vieron con estupor como fue descomponiéndose en miles de partículas hasta desaparecer por completo…

— “Estado de la interfaz: completa, apagando fuente de energía auxiliar”.

Betty, la computadora provista de I.A fue apagando todos los sistemas. Pasaron horas y ambos jóvenes aún estaban de pie frente al portal, ahora sin energía, preguntándose acerca del destino del profesor. Todo es incertidumbre en este momento, sólo esperan que todo salga bien.

Edward Köller apoyó su mano en el hombro de Sinclair, tanto en señal de apoyo como también indicándole que debían marcharse. Ambos caminaron en silencio hasta la puerta del laboratorio y Joshep Sinclair rompió el silencio volteando hacia el portal articulando una despedida ahogada…

— Profesor Hitler, ha sido un placer trabajar bajo su mando…

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Microcuentos de Junio

Hola chicos, este mes, literautas propuso como desafío hacer un micro que incluya las palabras “Juguete(s)” y “ayer”.

Al final logré enviar algo y en el proceso algunos micros quedaron descartados. Se los presento.


Problema de rectitud.

Vicente despertó en medio de la sala de urgencias del hospital sin comprender lo que ocurría. Sólo al ver que en la radiografía, un juguete de acción de “Max Steel”  recorría su recto, se dio cuenta de que la fiesta de ayer había estado muy loca.


Reviviendo la memoria

Luego de muchos años alejado del país que lo vio crecer, Francis Cohen vagaba por las calles de piedra de su antiguo barrio. El entorno que ayer le traía felicidad, hoy era sinónimo de muerte. Tuvo suerte de ser el último sobreviviente de su familia y las ruinas del ghetto eran un simbolismo de su estado interno.

Caminó entre los escombros. Un brillo metálico captó su atención. Era prácticamente imposible pero ahí estaba, intacto al igual que sus recuerdos.  Era un simple juguete, pero en ese instante nada importaba. Por un momento sintió a los suyos más vivos que nunca.


El orgullo puede esperar

3 am. Suena el teléfono en la casa de Víctor:

— ¿Quién llama a estas horas?

— Soy yo, Valentina, necesito que vengas.

— Te lo dije muy claro ayer en la noche, no cuentes conmigo nunca más en esta vida. Me cansé de ser tu maldito juguete al que usas sólo cuando el hijo de puta de tu novio no te toma en cuenta. Tengo sentimientos y un orgullo que has pisoteado durante estos años. ¡Se acabó!

— Sólo tengo puesto mis calcetines…

—…

—Víctor ¿estás ahí?

—Llego en media hora, pero que sea la última vez.


La paradoja de los amantes

Cuando un amor acaba, y las caricias, las canciones, y todos los hermosos recuerdos, se convierten en habitantes del ayer. Sucede un fenómeno que explica el comportamiento errático de los amores que acaban: los fragmentos de los corazones rotos forman un coro de reclamaciones con distintas voces.

Un pedazo no para de maldecir, otro se recrimina por sentirse usado como un juguete. En cambio hay un pequeño trozo de corazón que casi pasa desapercibido, es el más honesto de todos y tú lo reconocerás porque aún sangra. Él, desde un rincón, y casi en un susurro, entona un triste “te amo”.


Hora del cambio

Max Steel se cansó de ser un juguete que fomente la violencia. Ayer lo vi abordar un vuelo con destino a Gaza para inscribirse en una ONG de ayuda palestina.

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Flotando Voy, Flotando vengo

Hola amigos.salmon

Mi amiga y compañera de literautas, Aurora Losa en el primer aniversario de su blog propuso como actividad hacer un relato referente al salmón. 

Aquí va mi humilde aporte.


Mi destino y el de mi especie ha sido siempre el mismo: Nacer, ir al mar, volver a mi lugar de nacimiento, procrear, morir.  En resumidas cuentas ser salmón es una mierda. De partida, dios es un maldito troll. ¿A qué clase de enfermo se le ocurre que después de tener sexo debemos morir? Realmente la tenemos difícil, aunque podría ser peor, los humanos macho tienen el punto G adentro del culo. Diosito, eres de verdad un retorcido.

Ahí estaba yo río arriba junto a los demás del clan. Habían varias caras que hace un montón de tiempo no veía, y otras que no aparecieron, lo más probable es que acabaron en un sartén a la mantequilla o en un roll de sushi que tan de moda está entre los snob de la superficie.

Eso no era vida para nadie y yo estaba a un instante de ingresar al punto sin retorno, dentro de poco estaría en mi lugar de nacimiento, conocería a una salmona simpática, le entregaría toda mi lefa y luego moriría para dejar descendencia que no conocería a su padre. Yo no quería repetir el ciclo. ¿Qué clase de padre sería? Aún faltaban varios kilómetros y seguía río arriba con otros compañeros, parecíamos un rebaño resignado a ir al matadero.

Cuando se efectúa un acto mecánico, como correr, pedalear o en mi caso, nadar hacia la muerte, es natural que los pensamientos bombardeen tu cabeza, una serie de interrogantes afloraban y créanme, no quería ser uno más de la cadena. ¿Y si mandaba todo a la mierda y me dedicaba a vivir mi vida? Y eso fue lo que decidí. También ayudó un poco cuando un oso puñetero le cercenó la cabeza a mi vecino de viaje. Eso no podía seguir por lo que cerré mis ojos y me dejé llevar por la corriente contradiciendo las leyes de la creación (diosito: Jódete).

La paz que experimenté en ese momento era indescriptible, por primera vez en mi vida mis actos no eran producto del  instinto. Antes toda mi existencia era un acto reflejo sin comprensión: Nadar hacia el mar, alimentarme, hasta los deseos de volver. Todo era automático, en cambio ahora por fin era el dueño de mis actos, eso se lo agradezco al libro de Nietzche que leí de un naufragio en el Pacífico (¿Se imaginan que en vez de ese libro hubiese estado “Juventud en éxtasis”?).

No sé cuantos kilómetros recorrí, el tiempo adquirió una relatividad que me permitió contemplar lo ínfimo de mi existencia. Eso era la vida, repetir el ciclo de mi especie una y otra vez, desaparecer y ser olvidado para siempre. Tarde o temprano todos tendríamos la misma suerte, simplemente antes del olvido definitivo decidí vivir como siempre quise hacerlo.

Al final recorrí cientos de mares hasta que me encontré en una isla con un camarón y formamos un dúo de música flamenca subacuática.

Desde ese día vivo para cantar, y más de alguna vez veo a otros salmones volviendo al río para reproducirse y morir. Sé que algún día lo haré. ¿Cuándo? Pronto.

Esa será mi gira final.

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¿Por qué al lucho le decían “culo roto”?

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Hola chicos. compartiré un relato algo polémico que se aleja de lo que escribo para los talleres de literautas. Saludos.


¡Ya sé que está muerto el Lucho! Si acabamos de enterrarlo en el cementerio. Pese a que siempre lo odié no me parece justo que me pregunten acerca de su apodo estando aún fresco el finado.

Es verdad que yo inventé el sobrenombre que llevó por más de 40 años, y que en parte marcó el resto de su vida. Se lo tenía merecido el muy hijo de puta. De verdad que se lo merecía, y si tuviera que hacerlo de nuevo, con gusto le invento el mismo apodo.

¿De por qué lo odio? No saquen a colación eso ahora, hasta yo, que era su enemigo declarado he tenido más respeto que ustedes manga de buitres. Lo único que te puedo decir es que la razón de mi odio tiene relación con su apodo.

¿Una copa de vino? Bueno, pero no crean que con eso me van a convencer. De verdad las cagan, ustedes son muy morbosos. Por último esperen un poco antes de preguntar.

No era secreto que desde hace mucho tiempo que lo odiaba. ¿Mi esposa? Ex esposa la muy maldita, no me hables de esa zorra que se me descompone el alma, hace años que no la veo. Se fue donde su madre y nunca más volvió, por mí mejor. Estar casado, o mejor dicho, estar con una mina es como las sinopsis de las películas, siempre te van a mostrar lo mejor, y sólo una vez que te sientas a ver la película completa te das recién cuenta si es mala o no. Y eso me pasó con ella, la película con Viviana fue una mierda. Uno nunca sabrá si la mujer con la que duermes todas las noches te va a salir tonta, puta, loca o mala. Incluso, te puedes sacar el premiado y te pueden tocar todas esas características juntas.

¿Qué le pusieron al vino? Por culpa de ustedes ya se me va a soltar la historia completa.

Ustedes sabían que me casé joven con la Viviana. Éramos casi unos pendejos cuando pisamos el altar. En aquellos tiempos ella era una máquina de sexo. Todos los días, tres, cuatro veces. Bastaba un roce, una mirada y estábamos enseguida dándole en la cama.

El candelabro italiano, los pollitos pastando, el salto del ángel. No había posición a la que le dijera no, era una fuerza imparable y yo trataba de seguirle el ritmo como fuera. Por lo visto estaba satisfecha y yo era su “tigre”. De sólo pensarlo ahora se me para sola. Ni que decir de sus tetas bamboleando mientras se montaba en mi verga. Era como estar en el paraíso.

Por desgracia todo lo bueno se acaba y nuestra vida sexual no fue la  excepción. ¿Qué tiene que ver esto con el apodo del Lucho? Tranquilo, voy para allá. Como te decía, nuestra intimidad se fue a la chucha.

Sin darme cuenta nuestro idílico romance fue atacado por el oscuro flagelo del “dolor de cabeza” del “estoy cansada” o del “nos van a escuchar los vecinos”. No crean que le hecho la culpa de todo, yo también aporté con “He tenido que trabajar mucho”, o con dormirme antes de tiempo. Una cosa llevó a la otra y el sexo — o la falta de este— se fue convirtiendo en un círculo vicioso que nos llenó de asco.

¿Dónde entra el Lucho en la historia? Paren de hinchar las pelotas, por algo les estoy contando, además este vino que me dieron está bien bueno. Como te iba diciendo, el Lucho fue mi compañero de trabajo en el banco, Jugábamos en el equipo de fútbol del banco y en más de una ocasión, su casa o la mía se convertían en lugar de reunión para hacer parrilladas después de los partidos. En fin, era una buena vida, pero con un solo problema: la cama.

Trabajaba todos los días en el banco como ejecutivo de cuentas, un trabajo casi tan rutinario como mi vida de alcoba, con la única diferencia que en mi escritorio, era yo el que podía darse el lujo de decir “no”.

Despertar, y desempeñar un trabajo de mierda por casi cuarenta años, con la falsa ilusión que podrás obtener las cosas que quieres, esa es la vida a la que te condenan. Lo único que no te dicen es que el trabajo te tiene tan cogido de los huevos que aunque puedas comprar todas las porquerías que soñaste, con suerte tendrás un tiempo ínfimo para usarlas. Que claustrofóbica forma de desperdiciar la vida, y según muchos de tu círculo eso es el éxito: Auto último modelo, cambiar cada tres meses de teléfono, poder viajar luego de endeudarte por un año.

Era normal que tarde o temprano esa vida me pasaría la cuenta. Y me la pasó de la peor manera que te puedes imaginar.

Creo que ya sabes lo que ocurrirá. ¿Cómo? ¿Aún quieres que siga contando el resto? Tengo la garganta seca de tanto hablar y el vaso vacio, si solucionas ese problema tal vez siga con la historia.

¿En qué íbamos? Ah, Claro, en que aquella semana la empecé con una mala noticia para mí: El Lucho se reportó enfermo y no trabajaría durante tres días. Eso significó un agobio para mí. Primero que todo, el Lucho era el único amigo que tenía en el banco, y segundo, esa semana todo su trabajo tenía que hacerlo yo.

Lunes y martes pasaron lentos como tsunami de Quaker, pedía a gritos que llegara el viernes para poder echarme en la cama hasta que me salieran escaras. No aguantaba la doble carga de trabajo. El miércoles llegó, con mi cuerpo convertido en un condón usado.

La mala suerte no viene sola. Luego de casi cuarenta minutos en un atasco estaba llegando a la oficina. Perdemos en promedio una hora y veinte minutos de nuestras vidas, cinco veces por semana en algo que no sirve de nada. Bukowski tenía razón, ser un ser humano común y corriente es una verdadera mierda. Llego a comprender a todos aquellos que un día, hastiados de todo, entran con una escopeta a sus trabajos y descargan plomo a todo lo que se mueva. Otros se suicidan. Los que aguantamos corremos con peor suerte, vamos desvaneciéndonos día a día, hasta convertirnos en una cáscara vacía, como una crisálida abandonada en el parque y que resiste el paso del tiempo. Hasta que un día jubilamos y nos damos cuenta que le dimos nuestra vida y alma al trabajo a una manga de hijos de puta que en ese momento deben estar gordos de tanto comer y chupándole las tetas a alguna rubia recién operada.

Esa vida nos condena a abandonar todo rasgo de individualismo: nuestras guitarras acumulando polvo, el balón de futbol desinflado al contrario de nuestras barrigas, en fin, todo lo que alguna vez fuimos se pierde para siempre.

¿En qué estábamos? Perdón por irme por las ramas, ustedes saben como me pongo cuando bebo.

La situación era la siguiente: Estaba a punto de llegar a mi trabajo cuando me doy cuenta que el pendrive con la presentación que debía hacer en recursos humanos se había quedado en la casa. ¿Cómo pude ser tan pelotudo? La exposición más importante y a mí se me queda en casa.

Estacioné el coche, y telefoneé a mi jefe. Por suerte el me dijo que fuera a casa a buscar el dispositivo y la presentación se haría más tarde.

Viré en “U” y le metí chala al acelerador. Menos mal que el tráfico sólo era complicado en una dirección. Hasta un semáforo me pasé. Pero eso era lo de menos. Debía buscar mi power point.

Llegué a casa y las cortinas aún estaban cerradas. Normal, Viviana acostumbraba a levantarse casi con precisión militar a las diez con quince para luego ordenar toda la casa. En eso no fallaba.

Abrí la puerta en silencio, se me había ocurrido que podía ser una buena idea sorprenderla con un gesto romántico antes de retirar mis cosas. La situación entre nosotros estaba fría como saludo de ex novia, por lo que algo así podría derretir el hielo.

Había música suave desde la habitación. Imaginen. A mi esposa le gustaba despertar con música suave, eso eran los detalles nuevos que quería descubrir de ella. Abrí la puerta y el mundo se vino abajo.

Siempre que recuerdo me emputezco por la chucha. Ustedes ya adivinaron lo que vi. Era la Viviana, mi esposa desde hace siete años culeando con… ¡El Lucho!

El muy hijo de puta se había hecho el enfermo para cagarme con mi esposa, esa “weá” no se hace. Esa es la traición más grande que te puede hacer un amigo, pero lo que más me enojó no fue el engaño en si. Lo que sacó lo peor de mí era que ese conchadesumadre se lo estaba metiendo por el culo.

Eso no tiene perdón de dios. Esta zorra en los siete años que estuvimos juntos nunca me prestó el culo. Por más que trataba, la weona se hacía la frígida, ni siquiera en el periodo en que le dábamos al sexo todos los días. No había caso. Siempre se negaba.

Algunas veces mientras lo hacíamos, trataba de masajearle el asterisco con mi  índice ensalivado, pero apenas sentía el húmedo contacto de mi dedo con su orificio, apretaba los cachetes del culo y me pegaba manotazos. Otras veces, en medio de una fogosa sesenta nueve, mi lengua se desviaba de camino y de inmediato venían los reproches. Ni siquiera cuando el alcohol en nuestra sangre era alto ella entregaba el culo. No había caso.

En cambio esa mañana, Viviana estaba a cuatro patas gritando como una loca mientras el lucho, le castigaba el nudo de globo, le trancaba los frijoles, le hacía tras tras por detrás (¿necesito ser más específico?).

Imaginen cómo estaba mi orgullo de macho herido. Mi mente no concebía el engaño, y por sobre todo, la traición de que ella le entregara a otro lo que por tantos años me negó y que a esas alturas ya estaba resignado.

La sangre me hervía. En ese momento estaba cegado por la ira. Sólo era capaz de mirar a los amantes de forma difuminada. Todo el mobiliario del dormitorio había desaparecido; y la música romántica creaba una atmósfera de pesadilla de la que era imposible despertar.

Nunca me di cuenta del momento en que el bate de beisbol que teníamos en la alcoba para espantar a los ladrones llegó a mis manos. La rabia te crea esos lapsus mentales. Fui caminando hacia ellos como un autómata; estaban tan calientes que ni siquiera se dieron cuenta que iba con la mirada perdida arrastrando un bate.

Los miré por unos segundos. ¿Cómo mi esposa era capaz de fijarse en aquel personaje? Yo no soy ningún Pato Menudencio, pero si hubiesen visto el culo peludo de lucho contrayéndose con paroxismo, me habrían dado toda la razón.

Esperé un poco más, no era masoquismo, simplemente quería arruinarles el clímax para que nunca olvidaran mi venganza. Sus movimientos eran cada vez más rápidos, hasta cachetadas en las nalgas le estaba dando el muy infeliz. “Estoy por llegar”, esa era la señal que esperaba. Lucho apretó con fuerzas a mi esposa y antes que acabara le propiné un bate en la cabeza.

Lucho cayó medio inconsciente al lado de la cama al mismo tiempo que se despegó, literalmente, del ano de mi mujer, profiriendo un ruido parecido a un pedo.

La cara que puso la desgraciada era como para fotografiarla y ponerla en la billetera. Gritó, eso si, pero era tal la sorpresa de verme con el bate en mi mano, que fue incapaz de moverse.

“Maraca culiá, cagándome con el lucho, ¿Cómo podís ser tan puta por la puta”. Mi idea era tratar de ser lo más digno posible, claramente me equivoqué, le dediqué un rosario de insultos y me pasee por toda su familia.

“Vos nunca quisiste soltarme el chico, y al primer weón con el que me cagai se lo pasai al toque… ¡Ándate a la chucha!, pesca tus cosas y te vai cagando de acá”.

Estaba indefensa mi esposa, su cara tan desvalida habría despertado mi misericordia si hace cinco minutos no les estuvieran rompiendo el orto en mi propia cama. No era capaz de reaccionar, con suerte se tapaba las tetas, como si no las conociera. La miré a los ojos y le dije una weá que nunca pensé que le diría a alguien.

“Y me cagaste con el lucho. Estai muerta para mí, Sabías que más, mirá lo que hago con el Lucho”.

Deben comprender que en ese momento no era yo. El demonio se apoderó de mí, y fue el mismo Don Sata el que me indujo a hacer lo que hice ese día.

Miré al lucho que estaba medio aturdido y con ambas manos, abriéndole el culo se la metí…

Amigos, no se exalten, tienen que comprenderme. El muy cabrón se había empotrado a mi esposa, Ese weón, o salía muerto o salía enculado de la casa, pero no salía entero.

No sé cuantos minutos estuve. Si la tenía empalmada era por la rabia que no me hacía pensar en mis actos. Viviana me miraba incrédula poniendo la misma cara que ponía cuando se lo hacía y faltaba lubricación. “¿Qué haces animal?”, era lo único que ella lograba articular mientras me pegaba en la espalda.

Paré y me arreglé el pantalón, el lucho sólo atinaba a decir “¿Qué me haces maricón?” una y otra vez mientras Viviana iba a su lado.

La escena ya me daba asco. Con la cabeza fría, sabía que aquello había sido un error por mi parte, así que tomé mis cosas y me fui lejos a tomar unos tragos.

Al día siguiente cuando volví a casa, no había señales ni de mi esposa ni del lucho. Me hice el enfermo en mi trabajo y me tomé unos días para pensar. Luego supe que el lucho se presentó a trabajar lacónico, casi sin intercambiar palabras con el resto. Viviana nunca más volvió a la ciudad. Supe tiempo después que se fue al sur a casa de sus padres. Nunca habló del tema.

El lucho la sacó peor, Su machismo recalcitrante le impidió contarle a alguien de lo sucedido, así que, cuando empecé a llamarlo “culo roto” en la oficina, el no fue capaz de defenderse. La vergüenza era mayor que su orgullo, y como curso natural de las cosas, todos adoptaron ese mote para lucho, que lo fue acompañando durante más de treinta años, hasta el día de su muerte.

Aunque no me extrañaría que uno de estos días su tumba luzca una hermosa inscripción que diga:

“Aquí yace Lucho: amigo, compañero y culo roto”…

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La maldición

Hola a todos. Para este mes, literautas propuso como desafío hacer un relato sin la letra T y que lleve por título “La maldición”.

Esto fue lo que salió:

Hola amigo: si lees lo que acabo de escribir significa que aún vives. Debo explicar con claridad mi misión, es de suma urgencia poner sobre aviso al mayor número posible de personas acerca de la maldición del desafío mensual.

Llevo siglos eliminando fuerzas oscuras y he presenciado con mis propios ojos cosas que a cualquiera paralizarían de miedo, sin embargo debo arriesgar mi propia vida con el fin de salvarlos de la oscuridad.

En los inicios de la humanidad éramos sólo doce los encargados  de salvar al mundo del mal. Mis compañeros, Marcos, Lucas y Juan por medio de libros lograron a medias cumplir la misión. Sé que no nombré a uno, lo hago a conciencia, porque de escribir su nombre la perdición caerá sobre mí. Los libros de mis compañeros eran buenos, pero sabía que no era un plan infalible, así que yo, Judas, el prohibido, el inmundo a los ojos de los hombres, me vi obligado a realizar la orden de mi guía Jesús en el mundo de las sombras.

Llevo así más de mil años. Donde muchos han fracasado, yo sigo en pie. He presenciado como mueren varios de mis camaradas. Es por eso que lo que diré ahora es confidencial.

Llegué a la página en la que escribes hace dos años, parecía una página como cualquiera de las que abundan en la red, pero escondía algo macabro. Fue en el desafío del mes de Mayo cuando descubrí el peligro.

Llevaba conversando con personas de muchos rincones del mundo que abrazábamos la misma pasión por los libros y por escribir. Un día apareció publicado el desafío, parecía sencillo, al igual que ahora, había que hacer una narración sin la “R”, algo inofensivo para quienes concurríamos mes a mes para narrar lo que nacía de la imaginación de cada uno. Casi la mayoría de los que éramos asiduos a la página cumplimos el desafío, a excepción de cinco. Desde ese día nunca más los vimos en línea. Como si fuera magia, Alonso, Mori, Fernando, José y Moncho desaparecieron sin dejar huella por el foro.

Algo raro sucedía con ellos y debía averiguarlo.

Apliqué un programa de búsqueda avanzado y con horror descubrí lo peor. Cinco personas fueron halladas sin vida en ciudades como Buenos Aires, Madrid, Lima, Juárez y Valparaíso, las mismas de las que provenían mis amigos del grupo. Los fallecidos no solo eran asiduos a los libros. Según sus familias, en declaraciones con la prensa y la policía, hace poco habían ingresado a un lugar en la red donde podían  escribir y publicar sus primeras narraciones.

¿Cómo nadie reparó en la conexión? El mal ahora se escondía en lo más profundo de la lengua española. ¿Cómo pueden ser capaces de ensuciar con sus maldiciones lo más hermoso de la palabra? Es mi misión prevenirlos, y si más personas mueren será mi carga para siempre.

Por eso cuando vi el desafío mensual de Abril en la web de li… (Maldición casi caigo, me he salvado por poco)  la sangre se me heló. Era demasiado el sarcasmo —o crueldad— en lo que veía.

Bien jugado, e irónico por lo demás usar “la maldición” sin ninguna clase de eufemismos, y qué mejor para ello que prohibir al único miembro del abecedario que posee forma de cruz. La guerra al fin fue declarada, ya no requieren esconderse, porque saben que nos veremos en la pelea final.

Si decides jugar el juego, debes saber que nos esperan dos opciones: La gloria en el mundo de las novelas o morir sin más. Es peligroso, y el precio a pagar es el mayor que cualquiera puede imaginar. Debemos ser precavidos y usar las palabras con sabiduría. Ellos esperan que caigas para llenar el abismo con las almas de quienes no lo logran. Por eso juego una vez más. No quiero ver a mis compañeros caer de nuevo, no ahora.

Cuidado mi buen amigo, si avanzas y decides ingresar al mundo que describo, lo mejor y lo peor de cada uno puede aflorar desde lo más profundo de los recovecos de la psiquis humana.

La lucha sin fin que han llevado por milenios el bien y el mal ingresó a su fase final. Ellos lo saben y debemos escoger bando. La clave para la salvación —y caída— descansa en la página que lees con regularidad.

Lo único que puedo decir como consejo es que confíen…

Ojalá los dioses nos guíen por buen camino…

Sólo espero que alguno nos escuche…

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Psycho killer (qu’est-ce que c’est).

Hola amigos, les traigo un relato un poquitín “políticamente incorrecto”. Pero si realizamos estas restricciones la literatura no tendría gracia.

psyco

Como diría Adolfo Bioy Casare: “Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”. Soy libre.

Antes de seguir contándoles mi historia es importante explicarles algo. No soy un náufrago, pero muchas veces me he sentido así. Y mi isla, es esta mierda de colegio en donde he aguantado durante doce años las humillaciones por parte de idiotas que el único futuro que les espera es el de ingresar a trabajos de mierda, con sueldos de mierda y familias de mierda. Si sus destinos dependieran de mí, esas lacras serían más útiles para la sociedad como donantes de órganos que como ciudadanos.

Tu sabes de quienes estoy hablando,  apuesto que los conoces, pululan por las oficinas y fábricas de todo el mundo. Son mediocres en sus labores, y para lo único que sirven es crear apodos y burlarse de sus compañeros de trabajo. Esas mierdas toda su vida se aprovecharon del débil, y ahora, cuando noson más que mano de obra barata y el peldaño más bajo de la sociedad, tratan de abusar de los demás para tratar de aferrarse a un pasado en que eran los amos y señores de todo.

Lo que hice esta mañana no fue planificado, simplemente desperté y me dije «voy a matar a éstos hijos de puta». Es verdad que ayer los muy cabrones sumergieron mi cabeza en el W.C. Es verdad que me hicieron llorar delante de todo el colegio, y sin embargo no es lo peor que me hicieron. El brazo roto hace cinco años, las palizas constantes… En fin, mi vida escolar no podía seguir siendo ese infierno en el que se había convertido. ¿Y saben qué es lo peor? Yo no era el único a quien golpeaban, y ni siquiera era el más pequeño de las víctimas, y los profesores siempre haciendo la vista gorda. No tenían otra alternativa, ellos están agarrados de las pelotas peor que yo, porque los padres creen que los macacos que han criado como hijos son intocables.

Lo que ocurrió ayer sólo fue la gota que rebalsó el vaso.

Hoy me levanté más temprano de lo habitual, radiante de energía, puse una de mis canciones favoritas, “Psycho Killer” de “The Talking Heads” (Si algún día planean una matanza en la escuela, usen esta canción, no se arrepentirán. Saqué la idea de un capítulo de “Heroes”) y antes de irme tomé prestada algunas armas de caza que mi padre guardaba en el sótano. Nunca entendí sus gustos, aquellos pobres animales nunca le dieron motivos para ser asesinados, a diferencia de los infelices de mis compañeros que hace rato deberían estar bajo tierra.

Llegué al colegio a las ocho menos veinte con un objetivo claro: enfrentarme a Felipe. Si debía iniciar la limpieza, esta empezaría con él; y sabía donde encontrarlo.

Abrí la puerta del baño y ahí estaba, con un cigarro en la mano y la actitud de aquél a quien todos le temen.

— Hola mariconcito— me dijo el muy hijo de puta— ¿Quieres otra zambullida en el váter?

Puedo apostar que le sorprendió la sonrisa que le dediqué, aunque no le di mucho tiempo de respuesta. Mi bate golpeando en su cabeza sonó como una calabaza cayendo en el piso.

Debo darle crédito a Felipe, es duro el cabrón. Pese a que le di con todo, aún estaba consciente, y escucharle decir «no me pegues Camilo» mientras lloraba como una nena era mejor que oír en vivo a Arcade fire.

Me dio pena, así que decidí perdonarle la vida, pero a cambio se la arruinaría para siempre. Tomé mi teléfono y lo grabé suplicando. Se fue directo a youtube el desgraciado, y el pantalón humedeciéndose con su propia orina fue la guinda de la torta.

Mientras escapaba de ahí recordé las palabras de nuestro consejero escolar, el Señor Eugenio Peralta, un flaco insignificante que tiene cara de que la esposa le pega «chicos, algún día serán exitosos y el bullying quedará atrás, esa será su venganza». Estimado señor Peralta, váyase a la mierda. No puedo esperar tanto por mi venganza. Intente usted vivir como yo y después conversamos.

Seguí por el pasillo hacia la cafetería sintiéndome el rey del mundo; nadie notó mi espectáculo y fui a la mesa en donde los amigotes de Felipe se juntaban.

Pensé que dispararles sería difícil, pero era igual que Call Of Duty, incluso mejor. Cayeron como muñecos de trapo mientras jalaba el gatillo. No me juzguen, les apuesto que desde lo más profundo de sus corazones habrían hecho lo mismocon los que los atormentaron en la juventud.

Los gritos no tardaron en llenar toda la escuela, no lo entiendo ¿Por qué gritaban? No tenían nada que temer, lo único que hacía era liberarlos de sus torturadores. La diferencia de ellos es que tuve los huevos para plantarles la cara.

Imaginen la escena: Un adolescente medio aturdido en el baño, sin controlar esfínter, siendo viralizado en internet por millones de personas. Cinco jóvenes muertos que en un par de años nadie extrañará, y cientos de alumnos gritando sin entender que estaban a salvo. El ruido era desquiciante, así que huí hasta el despacho del director y me encerré para escribir la carta que ahora leen.

Siento la sirena de la policía. Solo espero que entiendan mis motivos…

Hola de nuevo, adivinen. Si, estoy muerto.

Cuando la policía ingresó, me hicieron cagar a balazos

Los  medios de comunicación y la opinión pública calificaron mi obra como el acto de un psicópata, de un desadaptado social que se cargó a cinco jóvenes indefensos, pero para los marginados de todas las escuelas del mundo, me convertí en su puto héroe. La filtración de mi carta gracias a internet me elevó a la categoría de santo de todos los niños bullying.

Y aunque no lo crean, cuando el año terminó, las camisetas con mi rostro se vendieron más que las del Che Guevara y Justin Bieber juntos.

Como desearía estar vivo en este momento…

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Zara- Goza.

Hola chicos, lo que inició como una joda post fin de semana se transformó en esta historia. Saludos.

Si tuvieras una pistola con una sola bala. ¿A quién le reventarías la cabeza? Imagina tener ese poder, ir con tu arma y descargar plomo a cualquiera que se lo merezca. Puede ser un político corrupto, un delincuente o un dictador. Sin consecuencias para ti y ya está, una escoria menos en el planeta. Esa pregunta me la hice varias veces durante mi vida y siempre llegué a la misma conclusión: Una bala no es suficiente para tanto hijo de puta que pulula por este mundo. Por suerte para mí existen muchas formas de matar, y los tipos para quienes trabajaba lo sabían, por lo que me surtían de todo tipo de artefactos para el arte del asesinato, incluidas balas, muchas balas.

El origen de mi oficio fue sólo cuestión del azar, como todas las cosas buenas  y malas de esta vida, la casualidad engendró este destino. Sólo estuve en el lugar y momento preciso para decidir que hacer con mi vida. Para todos los que me conocen soy Zara- Goza, una de las bailarinas de burlesque clandestina más famosa de Europa, a tal extremo que muchos viajaban cientos de kilómetros con el único objetivo de verme bailar mientras me desnudaba dejando mis enormes, redondos y turgentes pechos a la vista de todos. Sin embargo, hay otra parte de mí que sólo unos pocos conocen, mi verdadero trabajo, el que me da completa satisfacción. Zara- Goza es sólo una fachada que permite desenvolverme libre para cumplir mis otras misiones, mi nombre clave es Miranda y soy una asesina profesional.

Quiero dejar en claro una cosa: me manejo por un código moral que por muy extraño que les parezca, sólo me obliga matar a quienes se lo merecen. Jamás asesinaré sin motivo, aunque el dinero sea tentador. Me autodefino como un ángel limpiador de basuras humanas, hago lo que me gusta y recibo dinero por ello. ¿Qué más se puede pedir de la vida?

Durante varios años colaboré con la resistencia. Cuando la dictadura de Franco se instaló en España supe cual sería mi misión. El día que estos cabrones llegaron al poder, mis padres eran aún unos niños. Con el tiempo se convirtieron en opositores, y en una reunión clandestina se conocieron. Se casaron en el año 1951, y al año siguiente nací yo. Por lo que me contaron mis abuelos, mi familia tenía una vida sencilla pero feliz, entre los actos y las reuniones en clandestinidad. Nunca se dieron cuenta que las armas para luchar contra el fascismo debían ser enérgicas, y un fatídico día fueron detenidos y fusilados en nuestra casa del bosque. Yo era apenas un bebé, y por lo que me contaron, fui raptada para ser entregada en adopción a un matrimonio de militares de alto rango. Pasaron tres meses de los que no recuerdo nada y mi abuela, que también era de la resistencia, se empleó como asistenta en la casa del coronel Ordoñez.

Mi abuela era una mujer decidida y metódica, pasó tres meses buscando mi paradero, y otros tres ganándose la confianza de sus patrones, al mismo tiempo que robaba documentos confidenciales y trazaba un plan para recuperarme de mis captores, solo había que encontrar la oportunidad y una noche la suerte estuvo de su lado.

Todos los años, la familia Ordóñez organizaba la fiesta de cumpleaños de la señora de la casa. Durante la celebración, el vino corría a raudales y cuando todos se marcharon, el matrimonio tenía una borrachera de antología. Mi abuela irrumpió en la habitación aprovechando el alcohol y la oscuridad, y sin mayores miramientos los asesinó y escapó del lugar conmigo en brazos para nunca más ser vista en su vida.

Aquella noche nació mi destino. Cuando apenas pude ponerme de pie, mi abuela me enseñó todo acerca de los rifles de precisión. Antes de los seis años podía disparar a más de mil metros de distancia sin fallar. El monte se convirtió en mi escuela y varios maestros pasaron por mi vida. Aprendí artes marciales en el grupo de los trece junto a Stéfano Caravaggio, que años más tarde sería sacerdote. A los 18 años de edad mi abuela me llamó y me dijo muy seria: “Adela, ya eres mayor y sabes defenderte sola. Dominas la espada, los cuchillos; sabes usar explosivos y disparas mejor que cualquiera de nosotros, pero no existe nada más letal que ese enorme par de tetas que tienes. Si sabes usarlas serás la asesina perfecta”.

Sus palabras me marcaron, y me sorprendió saber que su discurso tenía razón. Mis encantos fueron de utilidad para poder infiltrarme en el enemigo, no había mejor aliado para dañar a una dictadura mojigata que mi cuerpo y todo lo que puede evocar en los hombres; y no hay presa más fácil que un soldado caliente por echar un polvo en una época tan restrictiva como la de Francisco Franco.

Mi primer asesinato fue a los 18 años, tres días después de la revelación de mi abuela. Estaba nerviosa, una cosa era ensayar con muñecos y hacer simulacros y otra muy distinta era segar una vida, por muy cabrón que fuera el desgraciado que estuviera en frente. Si quieren que les diga algo, es parecido al sexo, la primera vez cuesta, incluso puede doler algo, pero una vez que lo haces le coges el gusto y sale de forma natural.

Mi primera misión fue hacerme pasar por una prostituta debutante y lograr que el general Campos, uno de los cercanos a Franco, ganara en la subasta por mi virginidad.

Fue fácil, en parte porque casi todos los participantes de la subasta eran palos blancos, lo más difícil fue simular la vergüenza de que mis compañeros de armas me vieran desnuda.

Campos me tomó de la mano, y juntos subimos las escaleras hacia una de las habitaciones, “No temas, prometo que te trataré bien”, esas fueron sus últimas palabras, su supuesta bondad sonaba tan falsa que casi me hacía vomitar.

En la cama, simulé inocencia, pudor, y toda esa mierda que enciende la lascivia de los hombres. Su lengua recorriendo mi cuerpo era como una babosa, algo normal y predecible, considerando lo reprimidos que estaban. Y sus torpes manos manchadas por la sangre de tantos inocentes, apretaban sin delicadeza mis pechos.

Su pene era apenas un gusano duro que se restregaba en mis muslos, el maldito parecía eyaculador precoz, y el muy hipócrita trató de disimular como escondía su cadenita de la virgen y su anillo de bodas.

Sentía su respiración humedecer mi oreja y pensé que sería un buen momento para matarlo. Lo tiré a la cama y lo monté restregando mi pubis aún con las bragas puestas sobre su micropene. Él apenas exclamaba uno que otro gemido, por lo aproveché de tomarle la cara, el cuello, la cabeza hasta que, ¡Crack! Ni siquiera vio venir el instante en que le rompí el cuello con ambas manos. Eso es lo bueno de asesinar a un hombre. Basta con excitarlo un poco y siempre bajará la guardia. Son muy básicos. Una vez que conoces a uno, ya los has visto a todos, basta con saber accionar los botones precisos, que en este caso siempre están en sus penes y el resto del trabajo es pan comido.

Matar es una cosa, cualquiera puede hacerlo, sólo falta la motivación o el detonante adecuado. Puede ser tu pareja en una borrachera, un niño aburrido del abuso en el colegio; tu vecino en una disputa que se salió de control. Todos pueden convertirse de un momento a otro en asesinos. La verdadera gracia amigos míos es asesinar a alguien y no dejar huella. Eso es lo que aprendí aquella noche.

La situación era la siguiente: El general Campos yacía muerto en la cama, con su pene aún erecto y la mirada vacía. Yo, apenas una jovencita de 18 años, 48 kilos de peso y a medio vestir, con las tetas al aire y zapatos de tacón. Ocultar el cuerpo de Campos iba a ser un parto.

Tomé por los costados el cuerpo y lo fui girando como a un tronco, la operación demoraría algo de tiempo, pero era la forma más silenciosa de hacerlo. Recuerdo que cuando golpearon la puerta se me heló la sangre: “¿Os lo estáis pasando en grande?”, La voz era la de Vicente Campos, hermano menor de general. Algo debía hacer, o de lo contrario me descubrirían.

Casi como un acto reflejo me subí a la cama y empecé a moverme hasta arrancarle ruidos rítmicos al mismo tiempo que gemía como si me estuvieran follando dos tipos a la vez.

Esperé que Vicente se alejara de la puerta y sólo una cosa volcaba mis fuerzas, debía hacer desaparecer el cuerpo lo más rápido posible o si no sería historia.

A la mierda el sigilo, arrastré el cuerpo como pude, mientras imitaba algún gemido de placer para evitar sospechas, hasta que llegué a la ventana. De acuerdo al plan debía arrojar el cuerpo a un contenedor instalado en el patio. Para no hacer ruido colocamos un colchón, paja, y litros de combustible para convertir al gordo en un montón de cenizas. Una vez hecho el trabajo, debía escapar y en una casa de seguridad tenía que hacer una llamada al club diciendo la contraseña. Esa era la señal de que el trabajo estaba hecho, y así el resto de los asistentes podían hacer desaparecer a Vicente.

Ya faltaba menos, empujé por la ventana al general Campos y un ruido sordo acompañó su caída al suelo. Me vestí a la rápida, esta vez cogí un pantalón, unas botas militares y una camisa cómoda. Bajé por la ventana y cumplí mi tarea perdiéndome para siempre en los bosques.

Esa fue mi primera misión, gracias a eso, mi fama creció entre los círculos clandestinos, y mis operaciones se extendieron por el mundo. Fui contactada por varios organismos y alternaba mi tiempo entre asesinar a militares fascistas y la caza de criminales de guerra Nazi. Mis manos se convirtieron en ley y el mundo mi patio de juegos…

No crean que esto acaba acá, hay una historia más por contar esta tarde. Una historia que me llena de orgullo y que de revelarse al mundo, habría hecho más humillante el destino de un asesino.

En Octubre de 1975 fui contactada para realizar mi última misión en España. La gente estaba convertida en una furia cuando el mes pasado habían fusilado a tres personas. Alguien debía pagar por ello, por lo que viajé a mi tierra natal. Sabía que se comunicarían conmigo para la tarea, y mis cálculos no fallaron. Dos días después de mí arribo me solicitaron de forma escueta una cosa: “Mata al dictador. El dinero no es problema”, estaban dispuestos a pagar lo que fuera con tal de ver las tripas de Franco esparcidas por el piso y en la primera plana de los periódicos. “Esto lo hago por placer”, aún recuerdo la respuesta que les di, y era verdad, nada sería tan placentero como asesinarlo.

En 1975 tenía 23 años, cientos de asesinatos en el cuerpo y contra cualquier pronóstico, mis tetas aumentaron de tamaño al igual que mi fama como actriz y vedette internacional.

Tony, mi informante me indicó que algunos adherentes de Franco tenían planeada una tertulia para agasajarlo y necesitaban una “jovencita de buena presencia” para tal fin. Por suerte Tony también era mánager de la incipiente farándula local con aires de proxeneta, por lo que usó sus contactos para colarme como sorpresa especial al dictador.

La fiesta empezó temprano y ahí estaban todos los lambiscones del régimen, habría dado el culo con tal de tener explosivos suficientes como para hacerlos volar por los aires, la ocasión lo ameritaba, sin embargo mi tarea esa noche era otra.

Cuando crucé la puerta, todas las miradas se centraron en mí, las mujeres me observaban con envidia y los hombres con deseo. Si las miradas pudieran hacer real sus intenciones, habría quedado embarazada en un segundo.

“Señorita Zara, pase, Don Francisco la está esperando en el segundo piso”, Los modales refinados del coronel López contrastaban con lo sanguinario de sus crímenes. Al muy cabrón lo despache un par de años después en Sudamérica, eso es lo bueno de la vida, tarde o temprano te da una revancha. El que diga que la venganza no es buena es porque nunca la experimentó, o es un cobarde de mierda que no se atreve.

Subí con cuidado mientras miraba atónita la fastuosidad del palacio. Era impresionante el despilfarro que tenían estos idiotas mientras una parte del pueblo se moría de hambre. Lamentablemente hasta el día de hoy veo que en plena democracia que a los gobierno le importa una mierda lo que le pasa al ciudadano común y corriente, mientras la realeza se la pasa cazando animales en peligro de extinción y gastando en cosas vacías otros pagan  sus caprichos a base de recortes e impuestos.

No me desviaré más. Estaba yo, una joven actriz internacional lista para ir a la habitación del tirano, caminé hasta una enorme puerta de caoba y golpeé tres veces. “Pase, la estaba esperando”, su voz sonaba como la de un abuelo a punto de contarle una historia para dormir a su nieta.

Abrí la puerta y ahí estaba, de pie junto a la cama y una bata de satín con la insignia de su sangriento legado. Parecía un feto gigante con progeria, y lo peor, al parecer quería follarme.

“Es usted una señorita muy bella”, el gilipollas trataba de adornar con dulzura lo obvio de su cachondez. Lo contemplé mientras tomaba un vaso de agua de la mesa de noche y se metió dos pastillas como si fueran caramelos. “Debemos esperar un poco”, decía con una leve sonrisa.

Pasamos cinco minutos sin hablar, No había mucho en aquel silencio incómodo. Miraba al techo, mientras el dictador me sonreía jovial mientras sus ojos me desnudaban de pies a cabeza. Fue acercándose a mí, al mismo tiempo que un bulto sobresalía a través de la bata. Quién lo diría, el viejo se había enchufado unas pastillas para la erección que recién estaban haciendo efecto.

“Hace mucho que no hago esto, usted es tan bella”, se creía galán el muy gilipollas, su aspecto estaba más para la tumba que para la cama, aún así estaba empeñada en darle una sorpresa que nunca olvidaría.

“Don Francisco, no soy de esas, pero déjeme darle placer con mi boca, por todo lo que ha hecho por el país”. Ojalá hubieran visto la cara de vicioso que puso el viejo, que de inmediato se sentó al borde de la cama y arrojó su bata al piso, mostrando la verga más fea que alguien podía imaginar.

Me arrodillé con cuidado y quedé frente a miembro. Un olor a orines y medicina llenaba todo ese espacio. Apenas contuve las arcadas, una cosa era olerlo, pero otra muy distinta era lo que a continuación haría.

Tomé con mi mano derecha el tronco de su verga y una leve palpitación era palpable, creo que la poca sangre que le quedaba se fue al pene, no me extrañó pensar que le daría un ictus en ese preciso instante. Luego tape mi cara y su miembro con mi pelo para que no viera mi cara de asco mientras lo hacia. Era asqueroso desde todo punto de vista posible, por un lado darle sexo oral a una momia viviente y por otro el hecho de que una luchadora contra la dictadura le esté haciendo ese trabajo al símbolo de la opresión. De verdad era una mierda humillante lo que sucedía en esa habitación.

Sentí su mano acariciar mi cabeza mientras pensaba en cualquier otra cosa. ¿Qué te haz imaginado asqueroso? Me sacó de mi concentración. Eso queridos amigos fue la gota que rebalso el vaso. Mi objetivo era hacerlo acabar para despacharlo al otro mundo con un acto de misericordia, pero no se pudo aguantar, así que precipité el verdadero final.

Los gritos de Franco fueron callados por la música estridente que retumbaba en todo el palacio. Mi mordida fue corta y certera. Siempre pensé que su sangre sería negra, o que en una de esas saldría polvo. Créanme que estaba equivocada. La sangre que manaba del sitio en donde debería estar su pene fluía profusamente hasta formar un charco en la alfombra.

La cara que puso cuando arrojé los despojos de su pene al piso y los aplasté con mis zapatos de tacón no se comparan ni con todos los orgasmos del mundo. Ni siquiera era capaz de reaccionar ante el shock que le provocó mi último trabajo en España. Ahí estaba él, Francisco Franco, uno de los personajes más despiadados de la historia, desnudo, arrodillado, suplicando por su vida, mientras que su verdugo lo miraba con indiferencia. Si fuera por mí, me habría quedado más rato contemplando mi obra, incluso de existir aquellos aparatos modernos que usan ahora los jóvenes, le hubiese tomado fotos y la habría compartido en esa cosa de las redes sociales, pero no era así, estábamos en 1975 y debía arrancar cuanto antes de la escena. Caminé unos pasos y le besé la frente, dejando mis labios ensangrentados marcados en ella. Abrí una ventana y desaparecí para siempre de España.

A los días después la versión oficial dijo que Francisco Franco falleció debido a las complicaciones de un ataque cardíaco. Cuando leí las noticias me descojoné de la risa. Manga de hipócritas, de verdad me causaban gracia.

Para todos los medios de prensa, y los españoles que seguían la noticia, Franco murió por un infarto, sólo unos pocos sabíamos que el hijo de puta murió como lo merecía: Humillado y sin polla.

Tiempo después partí a Chile para luchar contra Pinochet, pero esa es otra historia y yo ya estoy cansada…

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La maldición

Hola gente, les traigo un relato nuevo. 

Les cuento que en el taller de literautas el desafío del mes consistía en escribir una historia que lleve por título “La maldición”. Como reto adicional, no debía llevar la letra T, así que les dejo el texto que no envié, sino uno que me pareció de menor calidad.

Saludos.

No quiero morir, sin embargo creo que es mi única salida.

Me llamo Javier Rodríguez y deben saber a como de lugar la confesión que carcome mi alma.

Mi calvario empezó hace varios años cuando era joven. Desde ese día aún maldigo las acciones que me llevaron a la vida que he sido condenado y que solo ha causado la miseria de mis cercanos.

Una noche cuando yacía borracho en mi casa decidí jugar a la ouija. Saqué el viejo madero empolvado y al soplar, el macabro juego para hablar con las almas en pena apareció causando una sensación de miedo en los que me acompañaban esa noche. Pese a los reproches de mi novia Susana y mis compañeros, me dispuse a jugar.

El alcohol me dio el valor necesario para hacer caso omiso a los consejos que mis amigos me daban. Me dejaron solo y después de unos vasos de ron desplegué el juego por la alfombra.

Apagué las luces y con una cerilla encendí una vela roja que daba un aire macabro a la casa.

La ouija había sido propiedad de mi bisabuela, que enloquecida porque falleció  su hijo menor (y además hermano de mi abuelo), probó comunicarse en vano con su alma, causando su locura y por ende que la encerraran en una casa de salud psicológica sabiendo que no había solución a sus problemas.

Vi los innumerables dibujos que había en ella y pude apreciar como el abecedario poseía finos relieves dorados en sus bordes, a excepción de una figura, que parecía que alguien la roció de ácido de forma deliberada para borrarla para siempre.

Puse mis manos en la madera e invoqué a mi bisabuela para saber acerca de su locura. En el segundo que pronuncié su nombre, la luz de la vela se apagó, dejando a oscuras la sala, escuchándose una voz profunda resonando en las paredes:

“Imbécil, correrás el mismo sino que yo. Desde hoy jamás volverás a usar al miembro del abecedario en forma de cruz, si haces caso omiso a mis palabras, las sombras caerán sobre los seres que amas en vida”.

Nunca la conocí, pero supuse que era la voz de mi bisabuela que maldecía a su descendencia por caer en el mismo error que ella. Aquella noche no pude dormir a causa de sus palabras.

Cuando en la mañana abrí los ojos dudé de lo vivido aquella noche, “debe ser culpa del ron”, me dije sin preocuparme de lo sucedido. Me duché para ir al laburo. Ahí se inició mi perdición.

Escribí un correo a un proveedor, algo común en mí oficio, cuando al cabo de unas horas una llamada inició una vorágine de malas nuevas:

“Javier, es Susana, algo horrible… Un camión chocó su vehículo… Ella murió”.

Un nudo se hizo en mi pecho al escuchar como mi novia, compañera por más de ocho años en mi vida, desaparecía para siempre del mundo. No lo podía creer, la maldición había cobrado a la primera de muchas almas. En ese segundo la paranoia se apoderó de mí. Eliminé cualquier posibilidad de comunicación con mis seres queridos, siendo un bicho raro para ellos. Era mejor así, no debía arriesgarme a ver sus vidas segadas por mi imprudencia, que necio fui al pensar que saldría ileso del juego, nunca debí provocar a las ánimas en pena. Ahora ellas me buscan para carcomer, implacables, mi alma en el abismo.

Para mi desgracia, no pude hacer mucho para vencer a la maldición, sólo un pequeño descuido y de nuevo una desgracia acababa con alguien que amaba. Con los años vi morir a mis padres, mi hermano y muchos amigos de las formas más horribles que podrían imaginar.

Es por eso que escribo la misiva que ahora leen (pensando que alguna vez hallan mi cuerpo), con la esperanza de que ninguno caiga en lo mismo que yo. Por burlarme del descanso de los que se fueron perdí a quienes quiero y me perdí a mi mismo en el proceso.

Escribo al borde de la locura y una soga permanece en mi cuello, preparada para liberarme de mis pesares.

Me queda poco de vida y sólo el suicidio lo veo como algo plausible, en unas horas colgaré de una viga, y mi paso por el mundo sólo será un recuerdo.

Si hay un dios, espero que me perdone…