cuentos, La saga de Zellindor

La batalla de Zellindor.

Hola amigos, aquí les dejo otro cuento realizado en el taller de literautas. Espero que sea de vuestro agrado.

Aquella mañana en el valle de Zellindor, aún persistía el olor de sangre y carne humeante de los caídos en batalla. En medio de aquella desolación inexorable, una figura solitaria emergió de entre la muerte. Era el joven caballero Sir Trístifer Jeggins.
Su rey, el buen Sólomon Mc Allister, le había encomendado en secreto la casi suicida misión de guiar sus ejércitos a la batalla final en contra el rey Stefano Caravaggio, apodado el sanguinario. Sentía miedo, pero la esperanza de devolverle la paz a su gente guiaba su espada.

Los primeros rayos de sol llegaron al valle, y su rostro tenso, reflejaba el panorama poco alentador que tenía frente suyo. Debía penetrar las líneas enemigas a como diera lugar, en una misión casi suicida y acabar con el rey de una vez por todas.
Los tambores resonaron con fuerza y un grito dio la señal de ataque.

— ¡A la carga!¬— Jeggins en su corcel negro, avanzó a gran velocidad, asestando golpes de espada en contra de una sorprendida infantería enemiga, que al no esperar un ataque tan rápido hacia ellos, fueron cayendo como moscas.
Mientras tanto, en la retaguardia enemiga, el rey sanguinario miraba con diversión el ímpetu mostrado por el joven general de las tropas del rey Sólomon.

— ¿Quién es ese joven de armadura negra?
— Es el nuevo general de las tropas enemigas mi señor. Se llama Tristifer Jeggins.
—Así que Tristifer…Creo que debo ir a saludarlo.
Caravaggio, poseído por una desquiciada sed de sangre, cabalgó hacia el centro de la acción, arrollando todo a su paso, deseaba ser él quien acabara con el joven general. Nadie mejor que el propio rey para destruir cualquier esperanza de los ejércitos de Mc Allister.

Tris avanzaba entre los enemigos, jugándose la vida en cada ataque. Pronto sus energías fueron disminuyendo y en más de una ocasión casi cae de su montura, debía apurarse o sería el fin de todo.
De pronto, un golpe seco hizo caer a Jeggins contra el suelo, la lanza arrojada por el rey Stéfano atravesó el cráneo de su caballo, dejándolo completamente desvalido y a merced de sus enemigos. Al incorporarse lo primero que vio fue la siniestra sonrisa del rey, que lo miraba de forma despectiva.
— Admiro tu valor muchacho, ríndete y te perdonaré la vida.
— ¡Ven por mi bastardo! Trístifer empuño con aún más fuerza su espada, estaba dispuesto a sacrificar su vida con tal de traer la paz a su reino.

Caravaggio desmontó y empezó a lanzar un ataque frenético en contra del joven, que ya mostraba señales de cansancio y esquivaba a duras penas los embates de Stéfano.
—Tu cadáver servirá de ejemplo para los que me desafíen.
El choque de espadas era encarnizado, Tris ya no sentía su brazo, y una serie de cortes lo habían hecho perder mucha sangre. El rey disfrutaba como si fuera una bestia salvaje jugando con su comida antes de devorarla. Jeggins estaba perdido, un golpe lo hizo caer dejándolo a merced de la muerte, su mirada bañada en sudor sólo le permitió ver a Caravaggio hacer una mueca en señal de victoria mientras le asestaba el golpe de gracia.

En una fracción de segundo, Tristifer pudo esquivar el ataque mortal, la espada lo alcanzó en un costado, haciéndolo derramar un chorro de sangre. En un esfuerzo sobrehumano por aguantar el dolor, tomó su espada caída y atacó con todas sus fuerzas.
El rey sanguinario aún estaba atónito, su brazo yacía en el piso por el certero ataque de Tris. Stefano por primera vez en su vida pudo sentir miedo, sabía que era el fin.
— Déjame vivir, te daré lo que quieras.
— Di tus últimas palabras bastardo— , Jeggins blandió su espada y atacó…

— ¡Jaque mate! Por fin te gané italiano maldito— El señor Mc Allister no disimulaba su alegría.
— Me descuidé un momento, pero esa jugada con el caballo fue novedosa.
— La encontré ayer en internet, en el computador de mi nieto Tristifer se puede encontrar de todo.
— ¡Viejo tramposo! ¡Mañana me vengaré!— Stefano simuló enojarse por un instante, mientras ordenaba las piezas en su caja de madera.
—¿Mañana a la misma hora?
—Claro que si amigazo.

Y así, Don Stefano Caravaggio junto a su amigo, Solomón Mc Allister, se pusieron de pie, y luego de despedirse; se alejaron de la plaza Zellindor rumbo a sus respectivos hogares, esperando con ansias el siguiente día para jugar su revancha de ajedrez.